Veo en el Washington Post que algunos padres en los EEEU están instalando cámaras en los coches de sus hijos para poder controlarlos en el caso del que el coche haga algo raro, acelerar bruscamente, girar más deprisa de lo debido etc. La aplicación puede ser sorprendente, pero el uso parece un poco espantoso.
El amor filial, como todos los amores si se desmiden, puede producir sus monstruos. El afán de control de lo ajeno es siempre un poco patológico, aunque ese ajeno sea nada menos que carne de nuestra carne. Yo recuerdo con inmensa gratitud la libertad que supieron darme mis padres en un momento en el que la libertad estaba escasamente de moda. A mi manera, he procurado hacer lo mismo, pero podría resultar que eso fuese una irresponsabilidad. No lo creo. Me temo, más bien, que las posibilidades que nos brinda la tecnología se pervierten cuando en lugar de servir para hacer el mundo más interesante y nuestro conocimiento más ágil y sencillo se convierten en garlitos, en trampas. Desgraciadamente hay situaciones en que los controles parecen necesarios, pero nada hay más absurdo que el exceso en estas materias. Aunque sea con los mejores propósitos.