Nadie duda de las relaciones entre la economía y la política, pero son realmente muy pocos los creen que la cosa vaya a funcionar de tal manera que, al final, dé la victoria a Rajoy. El PP parece poseído por esa extraña esperanza sustentada en una doble actitud: apoyar al Gobierno en las grandes cuestiones y esperar que la que está por caer derribe a Zapatero. Este sacrificio en el altar de la lealtad a los intereses de España, exigiría, como mínimo, dos cosas, a saber: una certeza sobre lo que el Gobierno realmente intenta y una cierta convicción de que el Gobierno no se va a mover de donde dice que está. Dos presunciones sobre este Gobierno que implican una confianza desmedida en la condición humana, en general, y suponen un auténtico disparate referidas al señor Rodríguez Zapatero, en particular, puesto que sus ideas sobre la lógica y la coherencia son de sobra conocidas por todo el mundo (menos, al parecer, por los analistas del PP).
La discreción de la oposición parece apoyarse en el miedo al qué dirán, en el para que no digan, como si estuviese perfectamente claro que el Gobierno y sus aliados (ni escasos ni mudos) fuesen a decir siempre aquello que más se ajuste a la realidad, aunque estuviese lamentablemente reñido con sus intereses. Nos encontramos, entonces, con que la oposición parece preferir que se la califique por sus silencios y sus aquiescencias a que se la califique por su capacidad de pensar algo distinto. En este punto, los analistas del PP dirían, supongo, que la economía no está para bromas y que el sentido de la responsabilidad les impulsa a apoyar a los españoles aunque de ese apoyo se beneficie ZP.
Lo curioso del caso es que si de algo podría presumir el PP es de haber enderezado la economía que Aznar heredó en estado lastimoso de las inanes manos de Solbes, hasta el punto de que hubo que pedir dinero a los Bancos para afrontar las primeras obligaciones del Gobierno. La diferencia está en que Aznar, en muy pocos días, tuvo un plan, se atrevió a presentarlo, con pelos y señales, no vaciló en ejecutarlo (aunque implicase una congelación del sueldo de los funcionarios, cosa que no puede hacerse sin tocar madera) y, además, le salió bien.
El PP no está haciendo nada al respecto, entretenido como está en aprobar en el Congreso estatutos que molestan a los que le votan, en perfeccionar (como en Navarra) sus alianzas regionales, o en artimañas financieras que permitan traspasar ordenadamente una herencia política tan brillante para dejarla en manos de algún personaje que, como Gallardón, sea bien visto por el sistema, y evitar de raíz que alguien con ideas propias y energía suficiente tenga la tentación de hacer política en serio, lo que podría poner en peligro la estabilidad de esta Kakania mansurrona, crédula e ignorante a la que los encargados de imagen le han hecho creer que es culta, libre y posmoderna.
Lo curioso de esta ausencia de alternativa a la errática y mistérica política económica de ZP (siempre a golpe de indefinición, decreto y secreto) es que no le faltan al PP mimbres para ofrecer ese programa y para hacerlo de manera brillante y consistente. Le faltan otras cosas, una de ellas muy principal, pero no gentes capaces de formular una alternativa económica sólida y creíble, y algunas de esas ideas se atisban a través de las comparecencias de Cristóbal Montoro o las esporádicas y brillantes apariciones de Manuel Pizarro, otro insensato que piensa por su cuenta y hasta lo dice.
Se cuenta que Bill Clinton, en campaña, tenía siempre delante un cartel que decía: “es la economía, estúpido”. Ahora, ese consejo estaría fuera de lugar, tanto en los Estados Unidos como en nuestra patria. El consejo debería ser el complementario: “la política, estúpido”, aunque esa política tenga mucho de economía, de convencer a la gente de que serán ellos trabajando duro, los que puedan arreglar estas cosas, en lugar de alimentar la necia esperanza de pensar que Zapatero esté haciendo otra cosa que repartir subvenciones entre quienes le apoyan, que consolidar la base de su victoria. Es legítimo, por supuesto, que haga eso y es muy inteligente, desde su punto de vista, hacerlo con habilidad y fomentando esos buenos sentimientos que tanto gustan al respetable. Pero es absolutamente desastroso que la oposición no tenga capacidad para explicar que a ella no le va nada en eso y que, al conjunto de los españoles tampoco les conviene que Andalucía o Cataluña multipliquen sus inversiones públicas mientras otras regiones, señaladamente Madrid, sufren un tratamiento de “provincias traidoras”.
El desastre del PP es verlo entregado a convertirse en su caricatura, en una federación de pequeños partidos que imiten a los nacionalistas, mientras el proyecto común desfallece y se reduce a una pura nostalgia, a un pasado sin futuro y condenado a la inexistencia, porque la historia del ayer se ha escrito siempre desde las páginas del mañana.
[Publicado en elconfidencial.com]