Es poco frecuente ver ciudades españolas como escenario en tramas del cine internacional. Barcelona y Madrid apenas se han asomado a la pantalla, sin comparación con Londres, París o Roma y, no digamos, con las grandes ciudades americanas. Barcelona, que, en general, es más conocida y mencionada que Madrid, ha tenido, últimamente, la suerte de Woody Allen, aunque Allen esté ahora en su ocaso.
Por eso me ha sorprendido la aparición de Madrid en buena parte de la trama de La lista, una película algo menos que buena y escasamente recomendable, pero rodada con calidad y montada comercialmente sobre el star system, lo que siempre supone una cierta garantía de difusión.
Madrid aparece como escenario bancario, seguramente como muestra del prestigio y la notoriedad de la banca española. Lo notable es que las apariciones de la ciudad son de excelente calidad, porque la película está muy bien rodada y porque los planos que se ofrecen al espectador, la Gran Vía, Cibeles, el Retiro, la plaza Mayor, el Madrid de los Austrias, funcionan muy bien bajo el lujoso cielo matritense, y prestan a la imagen una coloración sentimental muy atractiva que hace perfectamente creíble una peripecia algo desquiciada. Los taxis están limpios, no se ven atascos, los paseantes, más morenos que en la realidad, parecen contentos de vivir.
España no ocupa un lugar central en la imagen actual del mundo y sus ciudades no se han adscrito de manera sólida a ninguna de las categorías predominantes en la cinematografía: no son ni capitales financieras, ni lugares románticos ni espacios exóticos. Por lo demás, el cine español, frecuentemente centrado en escenas intimistas, tampoco ha hecho gran cosa por resaltar sus atractivos visuales. Hará falta, pues, una política más intensa de nuestras ciudades para convertirlas en teatro de tramas que interesen al mundo entero, ya que suponen un impulso importante al turismo. No tengo duda de que los espectadores de La lista que no conozcan Madrid, tendrán más ganas que antes de darse un garbeo por nuestras calles.
Por eso me ha sorprendido la aparición de Madrid en buena parte de la trama de La lista, una película algo menos que buena y escasamente recomendable, pero rodada con calidad y montada comercialmente sobre el star system, lo que siempre supone una cierta garantía de difusión.
Madrid aparece como escenario bancario, seguramente como muestra del prestigio y la notoriedad de la banca española. Lo notable es que las apariciones de la ciudad son de excelente calidad, porque la película está muy bien rodada y porque los planos que se ofrecen al espectador, la Gran Vía, Cibeles, el Retiro, la plaza Mayor, el Madrid de los Austrias, funcionan muy bien bajo el lujoso cielo matritense, y prestan a la imagen una coloración sentimental muy atractiva que hace perfectamente creíble una peripecia algo desquiciada. Los taxis están limpios, no se ven atascos, los paseantes, más morenos que en la realidad, parecen contentos de vivir.
España no ocupa un lugar central en la imagen actual del mundo y sus ciudades no se han adscrito de manera sólida a ninguna de las categorías predominantes en la cinematografía: no son ni capitales financieras, ni lugares románticos ni espacios exóticos. Por lo demás, el cine español, frecuentemente centrado en escenas intimistas, tampoco ha hecho gran cosa por resaltar sus atractivos visuales. Hará falta, pues, una política más intensa de nuestras ciudades para convertirlas en teatro de tramas que interesen al mundo entero, ya que suponen un impulso importante al turismo. No tengo duda de que los espectadores de La lista que no conozcan Madrid, tendrán más ganas que antes de darse un garbeo por nuestras calles.