El nuevo gobierno de ZP es fruto de varias circunstancias. En primer lugar, es consecuencia del absoluto fracaso del Gobierno saliente, un grupo desconcertado de ministros en el que, los que tenían un mínimo de sensatez y de independencia, estaban deseando dejar de serlo. En segundo lugar, es digna muestra de la improvisación sistemática que caracteriza el estilo político de su presidente, amigo de hacer y deshacer gobiernos en los que nunca quedan claras ni las competencias, ni los programas. Hoy, por ejemplo, se le quita a Ciencia e Investigación lo que inteligentemente se le había dado ayer, o se le resta el deporte a Educación para hacer que dependa directamente de Presidencia, como en Cuba: Zapatero no se resigna a no apuntarse las medallas y los campeonatos que se adivinan porque teme que, a la postre, serán sus únicos trofeos. El nuevo Gobierno tiene tantos parches que apenas queda nada nuevo en él.
Lo peor del Gobierno es, sin embargo, su partidismo. No me refiero, como es lógico, al PSOE, que también tendrá sus quejas, puesto que al fin y a la postre, el partido gana las elecciones, sino al hecho de que ministros como la de Cultura representen de una manera tan sesgada el conjunto de problemas que se supone tienen que afrontar. Cultura es el caso más espectacular, pero no es el único. Enrocarse en una tanqueta de
Zapatero ha comenzado a instalarse en el bunker. Se rodea de los más fieles, de los menos propicios al libre juicio de las cosas. Se prepara para una defensa a ultranza de lo que le queda a la espera de que el enemigo se agote contra gente tan correosa y pueda haber ocasión de nuevas descubiertas. Sus victorias electorales han sido tan peculiares que no me atrevería a asegurar que vaya a equivocarse, pero hay que constatar que está pensando más en los errores del adversario que en los aciertos propios. No hay en el gesto fundador del nuevo Gobierno ninguna apuesta por una política renovada; es, tan solo, un pacto de intereses mínimos pero bien cohesionados que trata de fortalecerse mostrando solidez y exhibiendo su fuerza sin rebozos, a la espera de que el respetable se achique y decida refugiarse en el santo temor de lo nuevo, ponerse al abrigo de esa incierta libertad de la que Zapatero y los suyos no nos consideran capaces.
[Publicado en Gaceta de los negocios]