La UNESCO, una de esas organizaciones que dormitan en torno a la piadosa idea de que las naciones del mundo se unen para hacer el bien, ha anunciado que va a lanzar una Biblioteca Mundial, o algo así. Es una noticia sensacional, pero no es nada más que eso. Ni la UNESCO ni nadie puede pretender una cosa tan tonta. Ese es también el fallo de Europeana. En estos tiempos nadie tiene que garantizarnos la universalidad, ni nadie tiene legitimidad para empeñarse en representarnos (¿Europeana?, digamos que apenas Gallica), de manera que lo que hay que hacer es casi lo contrario: muchas y muy buenas bibliotecas digitales particulares, especializadas, locales, sectoriales, que se conecten, que se puedan hablar y escuchar entre ellas. Lo que hace falta es que las instituciones más cercanas al público, desde organizaciones civiles hasta los Estados, empeñen sus esfuerzos para que el patrimonio documental que atesoran pueda estar disponible en la red.
Por esta vía, sí estaremos pronto en condiciones de disponer de casi todo, de mucho más de lo que podamos imaginar o abarcar. La idea de universalidad es excelente cuando lo que designa es que no hay ni selección, ni negativa, pero representa un grave peligro si lo que se hace, so propósito de redimir a culturas injustamente preteridas, es establecer nuevos cánones y cosas parecidas. Por lo demás, este tipo de grandes instituciones pueden seguir haciendo tranquilamente todo lo que han hecho por la nueva cultura digital, es decir, nada.
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