Los sindicatos de Telemadrid han condenado al silencio total a Telemadrid sin apenas molestarse en dar explicaciones. Siempre es triste ver una televisión condenada a negro, pero es más triste todavía considerar la irresponsabilidad de los trabajadores que, al amparo de una legislación caótica y desequilibrada, se permiten causar tal daño a una empresa pública y a sus millones de usuarios.
Se ha señalado repetidamente que las consecuencias laborales de la situación económica podrían soliviantar a los Sindicatos. Sin embargo, los sindicatos han mantenido, en general, una actitud de calma y responsabilidad que, aunque algunos puedan tildarla como hipocresía, constituye un ejercicio de responsabilidad y de buen sentido. En realidad, si la economía y el empleo pudiesen arreglarse con huelgas, los sindicatos deberían estar permanentemente en la calle, pero ellos ya saben que eso no es así, ni siquiera cuando gobierna la derecha. Es razonable, por tanto, que mantengan la calma y procuren su ayuda a una situación que es muy complicada para todos.
En Telemadrid se ha roto esa conducta sensata, y es, por tanto, muy interesante que preguntarse por las causas de esa actitud sindical. Una primera respuesta sería la simple y pura politización. Ignoro hasta qué punto sea eso cierto, pero no habría que descartar que ZP y Tomás Gómez estuviesen jugando con fuego para tratar de dañar a un rival que, en Madrid y de momento, se les presenta como invencible. Me parece, sin embargo, que el caso requeriría algunos matices adicionales. Como la información dada por la Empresa no puede ser puesta en duda, puesto que serían miles los medios para desmentirla, hay que preguntarse por las razones que puedan tener un grupo de profesionales con una situación privilegiada y un nivel bastante alto de ingresos para adoptar una estrategia de tierra quemada.
El mercado de la televisión está que arde por los cuatro costados, cosa que deberían saber hasta los sindicalistas, y en Telemadrid deciden alegremente herir de gravedad a la empresa que les da de comer, puesto que se trata de una empresa, aunque de propiedad pública. Nadie pone en duda su derecho a soñar: sueldos más altos, seguridad funcionarial, complementos estelares, y todo aquello que quiera imaginar el más fantasioso de los arbitristas sindicales. Pueden soñar y exigir, pero deberían plantearse con claridad quién les va a pagar esas gabelas y cómo lo van a conseguir. Cuando la abundancia de canales de todo tipo está enteramente fuera de duda, no está claro que los contribuyentes tengan que esforzarse para que los sindicalistas de Telemadrid realicen sus sueños. Las televisiones públicas constituyen un agujero demasiado grueso en el bolsillo de los contribuyentes y es evidente que entre las prioridades de los electores, en especial de los más modestos, no está la mejora de unos trabajadores que tienen más motivos para ser envidiados que envidiosos.
Telemadrid es una empresa que sus trabajadores deberían cuidar. Es la más barata de las televisiones autonómicas porque cuesta tres veces menos que la televisión catalana, por comparar con un caso similar. Sus espacios de interés público alcanzan una estima razonable, y no desdicen de los de empresas de presupuestos mucho más poderosos. Con sus altibajos, ha sabido encontrar un nicho en la audiencia y realizar un servicio estimable. Si yo estuviese a sueldo de Telemadrid, no pondría empeño en recordar a los electores que se trata de algo de lo que se puede prescindir sin que se conmuevan los sillares de la tierra.
Me parece, por tanto, que lo que da a entender la huelga de la cadena madrileña es que sus sindicatos han decidido explotar a fondo su poder y olvidarse completamente de las variables del entorno. Se trata, en el fondo, de una actitud muy castiza: yo me ocupo de lo mío y a los demás que les zurzan. Supongo que a esto no le llamarán solidaridad, ni siquiera cuando no les oiga nadie. Da igual que TVE haya tenido que hacer un ERE, por cierto bastante lujoso, que hemos pagado entre todos sin caer mucho en la cuenta; da igual que las televisiones privadas, con un gasto de personal mucho más ajustado, estén pensando en fusionarse; da igual que los ingresos publicitarios del sector hayan disminuido de manera radical; da exactamente igual que se hayan cumplido las exigentes normas legales en los despidos debido a reajustes técnicos y por causas objetivas; da igual, por último, que cada día se pierdan en España 7.500 empleos y que la crisis nos tenga a todos con el corazón encogido. Todo da igual.
A los sindicalistas de Telemadrid les parece que peligran sus puestos de trabajo y han decidido pasar a la acción haciendo que Telemadrid desaparezca de las pantallas cuatro días de esta primavera, para ir abriendo boca. Hay que reconocer que es todo un ejemplo y un método nuevo de afrontar las crisis del que debieran tomar nota los líderes que quieran ser cariñosos con Zapatero.
[Publicado en El Confidencial]