Tras una temporada institucionalmente convulsa, el Real Madrid ha sufrido dos graves descalabros deportivos que han supuesto una durísima demostración de cuál es su realidad futbolística. El Liverpool derrotó al Real Madrid de forma contundente e inapelable: parecían niños de colegio luchando contra profesionales, pero lo peor llegó el pasado dos de mayo con la paliza azulgrana a domicilio: un contundente 2 a 6. Hay que remontarse a las derrotas frente al Milán de Gullit y compañía para recordar un trance tan amargo para la hinchada blanca.
Ahora se aproximan elecciones y es muy de temer que una parte importante del público sienta deseos de arrojarse en manos del recuerdo para entregar el Club a Florentino Pérez. La memoria es selectiva y tiende a olvidar lo que más duele, pero la verdad es que, independientemente de lo que Florentino pudiera hacer en el futuro, lo que ha hecho en el pasado difícilmente serviría para recomendar una segunda vuelta. Que segundas partes nunca son buenas es una lección demasiado nítida de la experiencia más común como para echarla en saco roto. Pero es que, además, Florentino dejó al Real Madrid tras tres años de sequía de trofeos que son los que han servido para cimentar la supremacía blaugrana de las últimas temporadas.
Los presidentes sucesivos no han tenido una gestión brillante, pero son muchos los que afirman que la larga sombra de Florentino y los poderes que dejó instalados en la sede social no han permitido que los presidentes interinos pudieran hacerse con el control de la sociedad. La prensa, deportiva y política, no ha cesado de aplaudir los supuestos milagros del futuro mandatario, bien engrasada, imagino, por el potente aparato del magnate de la construcción. Así se pueden ganar elecciones, que habrá que verlo, pero no se ganan partidos, y más dura será la caída.
Los socios del Real Madrid deberían pensar que se encuentran ante una coyuntura histórica: o sacan fuerzas de flaqueza y se hacen con el control real del club, o vuelven a caer en manos de quienes no han sabido mantener la categoría que la institución se merece, ni con los zidanes ni con los pavones. Florentino practicó un presidencialismo sin flexibilidad en el que se escogía a los futbolistas por su fotogenia, antes que por su capacidad de sufrir por todos nosotros. Si eso es lo que nos espera, que Dios nos ampare y, los que tengan estómago, que se hagan del Barça.