Cualquiera que haya leído alguno de los numerosos relatos, novelas o libros de viaje que ha escrito Paul Theroux, estará de acuerdo en que se trata de un escritor que reúne dos cualidades que no tienden a darse con facilidad en el mismo autor: es fácil de leer, por eso es un autor conocido en el mundo entero, y es realmente bueno, una lectura que raramente deja indiferente.
En sus libros de viajes sorprende su capacidad de descripción de escenas y situaciones y, a la vez, la enorme finura de sus comentarios, lo que produce esa rara impresión de haber hecho realmente ese viaje a cualquiera de los numerosos lugares en los que Theroux ha puesto los píes. En sus obras de ficción, el paisaje sirve para hacer explícito el estado de ánimo de sus personajes, sus perplejidades, sus miedos. Las situaciones que recrea hermanan a la perfección lo cotidiano con lo terrible, configuran una atmósfera inquietante que resalta la angustia, los yerros y las decepciones de unos protagonistas perdidos en sus propias vidas sin saber muy bien porque ocurre nada de lo que ocurre. El narrador emplea un humor corrosivo y es capaz de crear una intriga, que solo son capaces de ofrecer los mejores.