Wilberforce y el aborto

Les recomiendo una película excelente: la magnífica Amazing Grace de Michael Apted, una producción de 2006 que nadie había traído por aquí, a saber por qué. Un caso raro, porque aunque de tema político, su protagonista no es un revolucionario al uso, sino un tipo valiente, constante y astuto que sabe que no merece la pena vivir estando disconforme con lo que se cree.

William Wiberforce se empleo a fondo, con la ayuda del luego primer ministro, William Pitt, el joven, en una durísima campaña para acabar con el negocio de los navieros británicos que trasladaban a los esclavos africanos en condiciones de extrema crueldad. La campaña duró cincuenta años, pero consiguió el acta de abolición de la esclavitud en 1807 y la prohibición del tráfico de esclavos en 1833, poco antes de morir. Acabo ganando, porque tenía razón.

Como soy mal pensado, he supuesto que una de las razones del retraso en exhibir esta magnífica película es que permite una analogía muy fácil con la lucha contra el aborto, una batalla que no ha hecho más que empezar. En Inglaterra a nadie se le ocurrió decir que Wilberforce, que era persona muy piadosa, estaba contra el tráfico de esclavos “por razones religiosas”. También es verdad que nadie defendía el tráfico con motivos hipócritas, sino como un excelente negocio para algunos del que se beneficiaban muchos. Aquí, como corresponde al imperio del miedo y del disimulo, algunos defienden lo indefendible argumentando que el aborto es nada menos que un derecho, un razonamiento que no se le vino jamás a la boca al más despiadado de los defensores del esclavismo.

No se me ocultan las diferencias que hay entre ambos temas, ni creo que ninguna mujer vaya a abortar por el capricho de ejercer un derecho, pero creo que no se debieran olvidar las obvias similitudes, la lucha contra la conciencia endurecida, el empeño en buscar soluciones legales, la necesidad de ir ampliando sin cesar el círculo de los que comprenden que esta conversión del aborto en un derecho es algo de lo que habremos de avergonzarnos más pronto que tarde.