Manuel González Villa me había advertido sobre el extraordinario texto de Mike Shatzkin en relación con el futuro de la edición, la lectura y el libro, un examen del futuro que todos los lectores de este blog debieran leer, en inglés o en español, mejor hoy que mañana. Coincido completamente con sus ideas, especialmente con la afirmación de que, en realidad, no sabemos bien cómo van a ser las cosas, aunque sí sabemos que no van a ser igual que ahora. Sus ejemplos de cómo han cambiado tantas formas habituales de vivir, viajar o hacer cualquier cosa en periodos de veinte años son especialmente brillantes e iluminadores.
Me parece que muchos lectores del texto se quedarán aterrados o, al menos, atónitos, pero eso sólo quiere decir que mucha gente vive hoy como ayer, sin darse cuenta de que mañana ya no va a ser lo mismo. También habrá quienes puedan ver a través del texto un futuro muchísimo más atractivo, precisamente porque está lleno de interrogantes, pero también porque habrán desaparecido muchísimas limitaciones que hasta ahora eran insuperables.
Me parece que el concepto clave es el de escasez, una idea estrechísimamente relacionada con la economía. La escasez siempre ha servido para producir valor, o, tal vez mejor, para incrementar el precio y la ganancia, pero ese tipo de escasez va a acabar por desaparecer; lo extraordinario es que ahora habrá un nuevo tipo de escasez valiosa, pero con un valor, por así decir, intrínseco. Esa es la diferencia esencial entre los bienes culturales y los materiales: los primeros se pueden multiplicar sin pérdida. Shakespeare o Cervantes o Leibniz nunca han perdido valor por ser muy conocidos, pero, en muchas ocasiones, las mejores ediciones de esos autores eran muy valiosas, en el otro sentido, por ser escasas. Eso se va a acabar, se está acabando ya.
El valor estará en lo escaso, es decir en lo muy bueno, pero los ejemplares (o las descargas, o las licencias) se podrán multiplicar sin ningún problema, y por esta vía empezará a resolverse el problema de la selección, la acreditación y la calidad de los millones de textos huérfanos que ahora circulan por Internet, enteramente a la deriva. Hay mucho trabajo para los editores (que dejarán de ser meros apéndices de los imprenteros y serán coautores) y muchísimo campo para la escritura; la distribución ha dejado ya de ser problema, y el marketing hay que inventarlo pero los costes serán muchísimo menores que lo que ahora es corriente, aunque el período de transición vaya a ser largo y luctuoso.
Shatzkin pone muchos ejemplos, pero hay uno especialmente pertinente para lo que quiero decir: en Scribd los autores se quedan hasta con el 80% de los ingresos que se producen por su obra, lo que implica, sin duda alguna, que les va a compensar que su obra se venda, o se licencie, barata porque eso multiplicará indefinidamente sus posibilidades de ingreso.
La residencia en la nube, la abolición de las restricciones del formato único, que se pueda prescindir del disco duro local, y la gran diversidad de dispositivos lectores harán, como muy bien dice Shatzkin, que se inútil y absurdo empeñarse en esa especie de cinturón de castidad que son los DRM. Ya no habrá copias, solo originales y lecturas. Nadie podrá ser perseguido por hacer una copia ilegal, porque nadie tendrá necesidad de hacerla cuando almacenar sea una cosa enteramente absurda (aunque quede todavía un poco). Como dice Shatzkin no habrá compras de documentos sino suscripciones, pero tendremos que pensar muy bien a qué nos suscribimos.
[Publicado en www.adiosgutenberg.com]