Hay ocasiones en que la realidad imita a la imaginación. El primer Premio Nobel que fue presidente de los EEUU no ha sido Barack Obama, sino una especie de Obama blanco y de ficción, el protagonista de la magnífica serie El lado Oeste de la Casa Blanca, que, antes de llegar a la presidencia, había obtenido el Premio Nobel de Economía. Me llama la atención la coincidencia porque, entre otras cosas, ambos Nobel son, en cierto modo, espurios, no son otorgados por la misma Academia Sueca y no remontan su existencia hasta la fundación de los premios por el físico nordico.
Son, junto al de literatura, los Nobel más políticos y más discutibles y, por ello, se pueden dejar llevar por una tendencia malsana que ataca a muchas instituciones premiadoras, a saber, dar los premios de tal modo que el premio recae en la institución antes que en el premiado. Me parece que eso es lo que pasa en este caso, y en muchos otros bastante cercanos para nosotros. Piénsese, por ejemplo, en lo que hubiera pasado si el Premio Nobel de la Paz hubiera ido a parar, por ejemplo, a un médico nigeriano que se hubiese distinguido por sus trabajos en comunidades racialmente enfrentadas; seguramente habría sido un premio infinitamente más merecido, pero la noticia no habría ocupado ni la centésima parte de lo que lo ha hecho la del Nobel Obama. Es decir, el Parlamento noruego, ha decidido hacerse un homenaje y ha contratado a Obama como figurante.