Con la frente bien alta

El general Sabino Fernández Campo ha dejado este mundo con la misma discreción que siempre le caracterizó, y ha podido hacerlo con la impagable tranquilidad de conciencia de quien ha sabido ser esclavo de su deber, y dueño de sus pasiones. Sabino, como se le llamaba en los círculos políticos, ha sabido ser un patriota y servir con eficacia a un Rey al que tocó encarnar el anhelo de libertad, de paz y de progreso de todos los españoles. No debió ser una tarea fácil, ni para el Rey, ni para él, pero se sabe que el general Fernández Campo la cumplió con valentía y con lealtad.

Este asturiano de aspecto adusto no ha sido un español cualquiera. Entre nosotros, tan dados a la lisonja y a la retórica vana, la persona del general Fernández Campo representó siempre un ejemplo de seriedad, de laconismo y de jerarquía en los afectos y en los deberes.

Con que resultasen ser ciertas una pequeña parte de las anécdotas que se le atribuyen, nos veríamos obligados a reconocer en su trabajo un ejemplo admirable de lealtad, una virtud que es fácil confundir con mercancías averiadas. El hombre leal, lo es, por encima de todo, a su conciencia: ha convertido su deber en norma de conducta, y no vacilará en prescindir de criterios y de circunstancias que no vengan al caso cuando esté en juego lo esencial.

Para Sabino, lo decisivo era que el nuevo régimen se consolidase como monarquía parlamentaria. Su trabajo consistió en atender al deseo, general y muy explícito, de consolidar la democracia, y que, a la vez, se asegurase la monarquía, una tarea cuyas dificultades nadie osaría negar. En ocasiones parecía improvisar, pero actuó siempre de forma concienzuda y extraordinariamente brillante. Se vio en el trance de inventar una función esencial, apenas esbozada en los textos jurídicos, y acertó a escribirla con sus prudentes decisiones y sus gestos.

Le tocó ocuparse, en el lugar más delicado, de que los intereses de España y de los españoles fuesen bien servidos por quien ceñía la corona constitucional. El homenaje que todos le rendimos, aunque unos con más convicción que otros, es una prueba de que su tarea se ha visto bendecida por el éxito. Su papel fue decisivo y sirvió para crear una praxis inteligente en un terreno en el que no había reglas escritas; el Rey, cuyo papel constitucional es más retórico que efectivo, tenía que aprender a encontrar su sitio y Sabino supo conducirlo hasta ese lugar con certeza y sin vacilaciones. Fue, pues, un español cabal, un patriota inteligente y eficaz, un ejemplo que todos debiéramos tener muy presente.

[Publicado en La Gaceta]