Alakrana

La situación del barco pesquero capturado por los piratas somalíes debiera hacernos reflexionar sobre la debilidad de nuestro Estado, sobre la nulidad de nuestros dirigentes y sobre la hipocresía de la política que dicen defender.

Es realmente penoso que no poseamos los medios necesarios para proteger a nuestros barcos en alta mar. ¿Para qué queremos una marina de guerra y un ejército? La culpa no es, desde luego, de los militares, que cumplen disciplinadamente lo que les mandan, sino de los políticos que, refugiados en una caricatura del pacifismo, no son capaces de articular sistemas de defensa adecuados a las circunstancias reales en que vivimos. Toda la política militar del PSOE parece consistir en desarticular unos inexistentes restos del ejército franquista, y en esforzarse para mantener la apariencia de que queda algo que merezca la pena mantener, un ejército ONG siempre dispuesto a salir corriendo si la cosa se pone fea.

La cobardía del gobierno se ha puesto de manifiesto, igualmente, cuando se ha resistido a que militares españoles fueran embarcados en esta clase de buques, que es lo que haría cualquier país con un mínimo de decencia, e, incluso, a permitir que los armadores organicen su propia fuerza de defensa. Lo que no es fácil comprender es cómo los españoles estamos anestesiados ante tamañas muestras de incompetencia, cobardía y cinismo.

El hecho de que estemos pagando rescates, en lugar de tratar de liberar realmente a los tripulantes de nuestros barcos, es vergonzoso. Se corresponde muy bien con la política de rendición efectiva frente a ETA que el ejecutivo ha venido practicando con diversas excusas de noble y falsa apariencia. Lo que hay que preguntarse es cuál sea la razón por la que se pueda pagar un rescate a piratas, y no tengamos que hacer lo mismo con cualquiera que nos amenace. La respuesta a esta pregunta tal vez pueda explicar las maniobras del gobierno para poner un piso a los etarras. Tenemos un gobierno incorregiblemente irresponsable, que huye de los conflictos como de la peste, sin darse cuenta de que, con esa conducta, nos procura una universal falta de respeto, y nos expone a peligros que una nación medianamente digna debiera poder mantener a raya. Pasarán cosas peores.