El circo político

Un profesor universitario frustrado por no haber llegado (todavía) a catedrático, le reprochaba a su viejo maestro escasez de aprecio y falta de apoyo; el adjunto quejumbroso se comparaba con otros y no encontraba motivos para su supuesta discriminación; cuando inquiría por las causas, el viejo profesor le hacía ver sus carencias en unos u otros aspectos, pero él siempre encontraba que algún colega que había llegado a la cumbre universitaria con esa precisa laguna, hasta que, finalmente, el viejo maestro, harto de los importunos quejidos del mediocre, le dio la explicación definitiva: “mire, querido amigo, la supuesta injusticia no consiste en que éste o el otro tengan alguna tacha, sino en que usted pretenda llegar a catedrático con la colección de defectos de todos los demás”.

Me he acordado de la historieta al ver el tumulto que ha montado el PSOE para animarse. Aquí, efectivamente, hemos hecho una democracia con los defectos de (casi) todas las demás. Este tipo de actos a la americana son una horterada en la democracia española. En EEUU cumplen dignamente una función, porque allí la democracia es bastante capilar, y va de abajo a arriba, lo que explica que Obama, que es un político con dotes excepcionales, haya podido llegar arriba del todo en una carrera muy rápida. Además, este tipo de espectáculos solo se emplea durante las campañas electorales.

Aquí la democracia ni es capilar ni va de abajo a arriba, sino al revés, de manera que esta clase de actos carece de cualquier sentido preciso, salvo el circense, engaño y diversión incluidos. El PSOE, en particular, ha abandonado hace muchísimo tiempo cualquier intento de articular un mensaje político coherente, más allá de hacer halagos a todo votante que quiera dejarse adular. Es tremendo que, con la que está cayendo, el PSOE pueda pensar que lo que ha hecho este fin de semana sirva realmente para algo, que tenga que ver con la política en algún aspecto digno y noble.

Desgraciadamente, hay que admitir, que sí sirve para mucho, y la prueba es que también el PP se dedica a ese espectáculo grotesco de reunir a aplaudidores para que puedan escuchar simplezas y baladronadas. Esta política espectacular está ahogando de raíz la posibilidad misma de una democracia respetable, y a nadie parece importarle gran cosa. El parlamento ha muerto y la democracia se traslada no a los periódicos, sino a lo que se puede llamar con toda propiedad telebasura, el espectáculo en el que los políticos muestran con todo cinismo la escasísima estima que sienten por sus ciudadanos, y también por esos individuos a sueldo a los que consideran sus sirvientes o esclavos.