Me rondaba por la cabeza la palabrapalimpsesto, y no sabía bien a qué pudiera deberse. Imaginé que, como andaba escribiendo sobre cosas de libros y culturas, la repetida aparición del palabro en mi cabeza, se podría explicar por su relación con la historia de los soportes de la escritura, pero, como de repente, tuve una revelación. Me acordaba del palimpsesto porque con ese nombre se conoce a los manuscritos antiguos, en rollo o en códice, que han sido parcialmente borrados para escribir encima un nuevo texto, y tenía ante mí un auténtico palimpsesto informático. Mejor dicho, tenía dos. Una notificación de un juzgado y una respuesta de un órgano administrativo municipal. Dos papeles ininteligibles y absurdos en los que lo único que quedaba claro es que yo no tenía razón, dos palimpsestos como dos casas, como luego se verá.
Recuerdo muy bien cuando oí por primera vez hablar de que los ordenadores iban a simplificar la administración: iba andando por una calle de Londres con un viejo amigo que vivía allí y del que apenas he vuelto a saber nada. Era, más o menos hacia 1978, es decir que ya ha llovido. Pues bien, la cosa no ha sido así: la informática no ha agilizada la administración sino que ha vuelto más soberbios y ensimismados a los funcionarios que la encarnan. Todos tiene a mano un texto viejo que pueden repetir a golpe de tecla, un palimpsesto que se modifica y se personaliza sin apenas esfuerzo, algo así como el paraíso de la rutina. No hay que preocuparse por la escritura porque el PC te lo da hecho… y si el ciudadano no entiende que se vaya enterando.
La administración no nos contesta, nos envía palimpsestos, y con ello nos muestra su amor al pasado, su sabiduría y su escasa propensión a darnos a entender otras razones que las muy viejas del ordeno y mando. Modernización en los medios, perseverancia en los fines, y el que no tenga padrinos administrativos que no pretenda bautismarse, faltaría más.