Una de las acusaciones que más se han hecho a Zapatero es que sus ministros son meros secretarios, que no hay otra política que la suya. No abono la pertinencia de la crítica porque creo que el impetuoso caudal de la política socialista se nutre de varios afluentes ministeriales sin los que, en justicia, es imposible explicar algunas de sus grandes hazañas.
No tengo dudas de que la enorme personalidad política del presidente eclipsa a algunas de las figuras que le acompañan en el Gobierno, pero tampoco me parecería justo ignorar el potencial que aportan las ministras y los ministros, como ellos dirían. Una de las estrellas rutilantes de la constelación gubernamental es, sin duda alguna, la Ministra de Sanidad quien ya ha dejado diversas muestras de su empuje en las distintas responsabilidades que ha desempeñado. Su imagen juvenil y fotogénica se presta a facilitar que observadores prejuiciosos pasen por alto el talento y el poderío intelectual de Trinidad Jiménez.
Tras meses de oscura y silenciosa lucha contra un maléfico virus al que ha dejado reducido a la nada, la Ministra ha podido, finalmente, asomarse al campo abierto para formular nuevas metas sanitarias. La sanidad puede parecer, al pronto, un asunto casi técnico, pero se trata, en realidad, de una de las grandes políticas y solo los muy sagaces saben verlo con la debida precisión y nitidez. Trinidad Jiménez ha oteado el horizonte y ha emitido un diagnóstico certero que rompe con los tópicos complacientes al uso. Nuestra Ministra se ha dado cuenta de que, bien por ignorancia, bien por cobardía, la política sanitaria estaba tolerando un auténtico y silencioso holocausto. Cientos de miles de personas, millones de seres humanos han de soportar todavía esa plaga maligna del humo tabaquil, ese silencioso sembrador de cánceres y de innumerables síndromes maléficos que se nos cuela día a día en los pulmones como consecuencia del inmoderado consumo de tabaco de los españoles.
Trinidad Jiménez ha emitido un veredicto sabio y ponderado sobre el fondo de una cuestión tan palpitante y se ha propuesto erradicar el humo de todos los lugares públicos, sin excepción alguna. ¡Sabe Dios cuántas vidas se salvarán gracias a este valiente propósito de la Ministra! El gran hallazgo de Trinidad Jiménez no se ha quedado en pergeñar una nueva ley para resolver un viejo problema; eso sería lo que hiciese un Ministro corriente, pero Trinidad da para más, de manera que no se ha limitado a eso. Ha entrado decididamente en el recóndito lugar en que se discuten las grandes opciones de la democracia, el porvenir del gobierno representativo y otras cuestiones nada menores para hacer un par de aportaciones de antología. Sus análisis muy bien pudieran iluminar el resto de legislatura, de modo que, con toda probabilidad, un par de docenas de asesores del Presidente, estarán analizando a fondo las opiniones trinitarias para sacar de ellas cuanto las preña.
La Ministra, cual Ulises posmoderno, se ha atado firmemente al palo mayor de las convicciones y ha dicho: “se trata de protección de la salud”. No ha tenido que decir más porque todos comprendemos inmediatamente que, ante tamaño desafío, todas las energías son pocas. Ya va siendo hora de que nos demos cuenta de que ante la protección de la salud no valen las medias tintas. Hay mucha demagogia en eso de defender las libertades individuales: ¡orden es lo que hace falta! Orden, educación de la ciudadanía y ausencia de tabaco en los espacios públicos y estaremos ya casi en el Paraíso.
Bien, pero lo importante, insisto, está en el análisis político del asunto, un tratamiento del tema que permite resolver, de una vez por todas, la madre de todas las objeciones al poder ordenador de la ley sobre las conductas privadas, sobre esos cotos de excepción que siempre reivindican los ricos, los neoliberales y gentes aún peores, si los hubiera. Jiménez lo ha visto con inusitada acuidad. Sus declaraciones han sido pasmosamente clarividentes. Ha dicho, nada menos, lo siguiente: “En la medida en que consigamos consenso político, conseguiremos consenso social». No hay más remedio que rendirse ante la potencia de este análisis, de este portento de ciencia política. Ya era hora de que se dijesen estas cosas con claridad. Es el consenso político el que fuerza el consenso social, y no al revés. Son los políticos los que iluminan la vida oscura y soez de los ciudadanos, su invencible idiocia.
Señores: ha nacido una nueva estrella en el paupérrimo y escasamente brillante páramo de las ideologías, doña Trinidad Jiménez. Su pensamiento nos ha permitido imaginar un futuro realmente espléndido, muy lejos ya de los vicios y las tendencias perniciosas del pasado. Dejémonos de pensar, que ya lo harán los políticos por nosotros; dejemos de discutir, que para eso están ellos. Votemos a los buenos, y ya no habrá más de qué hablar: ¿se imaginan qué dicha abandonarse al gobierno sigiloso de los sabios?
Publicado en El Confidencial