Ahora mismito acaba de descubrir el CIS que los españoles piensan que sus políticos son un problema. El tercero, en particular, después del paro y de la crisis, si mal no recuerdo.
No seré yo quien defienda a gentes tan aviesas y vulgares como suelen ser los políticos, pero me parece que empieza a ser hora de que los españoles nos demos cuenta de que, en una democracia, los políticos no pueden ser peores que nosotros. Al respecto, hay una demostración de Russell que he mencionado en muchas ocasiones y que funciona por reducción al absurdo: cuanto peores sean los políticos que representan a unos electores, peores serán éstos por haberlos elegido.
Pero hay algo más. Empieza a ser cargante que critiquen a los políticos como clase una serie de personajes del belén nacional, de los que solo mencionaré algunos a título de ejemplo: periodistas venales, jueces rutinarios, catedráticos fatuos, comerciantes tramposos, abogados fulleros, empresarios golfos, famosos por nada, deportistas vagos, traductores iletrados, actores ridículos, sacerdotes egoístas, estudiantes copiotas. La lista podría agrandarse sin mayor problema.
Los políticos no son perfectos y el sistema que hemos creado está lleno de agujeros y resulta, muchas veces, mal oliente. Hay que hacer algo, no cabe duda. Pero no vale criticar en ellos lo mismo que practicamos en nuestro patio sin mayor disimulo. Es la sociedad española en su conjunto la que necesita someterse a una autocrítica exigente, también los políticos, pero no solo ellos. A ellos le toca un papel importante, y a nosotros también. Hace falta que todos empecemos a ser más exigentes y ejemplares en lo que nos concierne para que podamos exigir lo propio. Los políticos avisados harían bien en promover esa tarea, pero mientras en la sociedad española la chapuza siga siendo moneda corriente, será ridículo pretender que los políticos se dediquen a ejemplarizar.