Para mi, Simmons será siempre Diane Tremayne, la femme fatale en Angel Face, Cara de ángel (1952), la película de Otto Preminger en la que Diane causó la desgracia del fornido Frank Jessup, un enfermero ambicioso y simple (Robert Mitchum), arrastrado al desastre y a la muerte por la maldad/locura de una bella mujer de mirada inquietante. He visto esa película muchas veces, y siempre he descubierto nuevos matices en esa encarnación de la belleza, la inocencia, la maldad y la muerte.
Ya no se hacen películas como esas, se suele decir, y hay algo de muy cierto en ello. El cine se ha hecho más complicado y en lugar de Premingers, Langs y Kubriks tenemos Camerons y decenas de expertos en las más variopintas especialidades espectaculares que casi nunca aciertan a narrar bien una historia, menos aún una historia profunda, conmovedora o inquietante.
La peripecia de Cara de ángel es simple hasta la exageración, pero narra perfectamente bien una historia que afecta a la mayoría de los hombres. No le hicieron falta a Preminger grandes artilugios, le bastó con dejar a la Simmons que mirase de forma tan turbadora como miraba. Los personajes son arquetipos, la acción es esquemática, los secundarios son totalmente previsibles, nada se aparta de un relato esencial y fuertemente mitológico. Bastaron los ojos de Jean y la simplicidad un poco necia de Mitchum para rodar una historia eterna, una historia de perdición que hoy se tomaría como moralina por los críticos posmodernos que todo lo saben. Que Dios perdone a las Dianas y Franks de este mundo, cuya película habría sido insostenible sin la mirada que se cerró para siempre en California el 22 de enero de 2010.