Valiéndose de sus innegables cualidades como simplificador, ZP prometió a los electores llevarnos al corazón de Europa. Esa promesa tenía un aspecto bifronte, porque en ella se podían leer dos posibles intenciones. Lo más obvio era interpretar que España volvería a jugar en el redil europeo en lugar de tratar de clasificarse en las ligas transatlánticas, esto es, olvidarse del amigo americano y volver a las cortes de París y Bonn, más a la primera, por supuesto, porque queda más cerca, y es como más de izquierdas que los alemanes. El segundo significado era el envés de esta promesa un poco absurda, a saber que dejaríamos de intentar nada que pudiera ser distinto a los designios de nuestros mayores, de franceses y alemanes.
La creencia en que los intereses de España se ven mejor protegidos cuando nos plegamos a los deseos de nuestros vecinos más poderosos es realmente curiosa, porque no puede fundarse en nada. ZP intentó explotar las últimas gotitas de europeísmo seráfico que quedaban por España y que les parecieron a algunos un auténtico manjar frente a los insensatos que pretendían asomarse al exterior. De todas maneras, aquello ya es agua pasada. Me parece que sería injusto negarle a ZP su éxito al colocarnos en el corazón de Europa, cuando es evidente que los jefes ya no se molestan ni en llamarnos cuando tienen algo resolver, tan seguros están de nuestra lealtad que no los hacemos falta para nada. Me temo que puedan proponer que ZP sea presidente vitalicio de Europa, dada su perfecta claridad de criterios y su escasa propensión a molestar a los que mandan, que ya tienen a Van Rompuy para que les haga los recados. La presidencia de Zapatero está siendo absolutamente ejemplar, discreta, virtual, funcional, serena y silenciosa. Nadie espera más de él. C’est magnifique!
Además, y como de propina, nunca la prensa europea se ha ocupado tanto de nuestros asuntos: no hay día en que el The Economist o el Le Monde o el Financial Times no nos pongan de ejemplo, e ¡ncluso el Wall Street Journal se hace eco de nuestras políticas! Estamos efectivamente, en el corazón de Europa, en el ojo del huracán, somos la salsa imprescindible de cualquier banquete: deberíamos sentirnos orgullosos y agradecidos a este líder que ha conseguido tanto con tan poco.