A Rafael Calvo Ortega, secretario general de la UCD, le gustaba repetir un dicho, que él atribuía al célebre Pío Cabanillas, según el cual no se puede soplar y sorber, a la vez, se entiende. Me acuerdo muchas veces de ese sabio parecer, porque veo que son muchos los que pretenden quedar al margen de ese tipo de molestas limitaciones. Aquí la gente no anda escasa en ilusiones, y piensa que siempre hay un huequecito para colocar lo que uno pretende, aunque sea claramente absurdo. Los españoles nos tomamos las contradicciones como curiosidades, como dichos ingeniosos, pero siempre pensamos que se pueden burlar.
Viene esto a cuento de los Sindicatos españoles que se dedican precisamente a soplar y a sorber, con el resultado que se puede esperar. Defienden el empleo contribuyendo a crear desempleo, defienden las políticas sociales tratando de hacer imposibles las condiciones en que se puedan dar. Ahora andan a vueltas con lo que llaman el “pensionazo” (la verdad es que nunca han sido ni ingeniosos ni sutiles para las denominaciones) para defender los derechos sociales de los trabajadores, como suelen decir, pero cualquiera entiende que es imposible satisfacer las necesidades de cada vez más pensionistas con cada vez menos trabajadores activos y que hay que hacer algo porque eso se nos viene encima. Los sindicatos se limitan a decir que “hay que poner el tema sobre la mesa” y que “así no se arregla nada”, cantinelas de pésima calidad.
Ellos parecen creer en que sea posible un mundo en el que primero se establezcan los derechos, y luego la economía que se adapte, pero no es así, no puede ser así, y menos en un sistema de reparto, que no de capitalización, como el que el Estado providencia imperante ha impuesto sin remedio, y en el que casi todos pretenden obtener más de lo que han puesto, una especie de milagro social y sindical.
Los sindicatos no quieren limitaciones, porque para ponerlas ya están ellos, eppur si muove.