Muerte en La Habana

[Orlando Zapata, foto tomada de Libertad digital]

Orlando Zapata, un trabajador y un hombre valiente, ha muerto en la cárcel de la cárcel que es la isla de Cuba en manos de Fidel y sus secuaces. Es terrible que quienes se levantaron en armas para defender cosas en las que se podía creer, aunque fuesen falsas, hayan acabando siendo carceleros, verdugos, traidores, asesinos.

Pero quizás es más terrible todavía que en esta España, que tanto debiera saber de lo indigno que es vivir sin libertad, haya quienes diciendo ser demócratas entren en la obscena ceremonia del disimulo, que miren para otro lado, que hablen, como hizo la vicepresidenta primera de este gobierno complaciente con los tiranos cubanos, de un “lamentable desenlace”.

Es posible que no se pueda pedir a todo el mundo la dignidad, el coraje y la determinación heroica de Orlando, pero sí se debería exigir a todos los que se dicen demócratas que alzasen el grito contra un régimen inicuo y miserable que trata a los cubanos como si fuesen esclavos, que los deshonra y los aflige con la miseria y la mezquindad de una vida sin horizontes, sin esperanza.

Me avergüenzo de padecer un gobierno tan hipócrita, incapaz de reaccionar con dignidad ante una acción deleznable, por miedo. Por miedo a un dictador de opereta, y por miedo a unos votantes ciegos y fanáticos que, aún siendo muy pocos, a Dios gracias, les pueden hacer falta para continuar en sus poltronas.

Yo sé que mi homenaje no vale nada, pero tengo que admirar la valentía de quienes resisten a un sistema minuciosamente perverso, y tengo que gritar contra la afectada indiferencia de los hipócritas que condenan en abstracto pero que hacen negocio con el dolor, la miseria y la dignidad de los cubanos.