Ayer mientras hablaba con un grupo de amigos, entre los que creo que no hay ningún tonto, afirmación arriesgada en cuanto se pasa de tres personas, uno de ellos me preguntó sobre las implicaciones éticas de firmar un manifiesto contra Cuba, es decir, contra el castrismo. No soy ninguna autoridad en ética, aunque, profesionalmente hablando, fuese el más cercano de los presentes a esa clase de cuestiones. Traté de averiguar qué quería decir exactamente mi amigo al interrogarse por las implicaciones éticas de una firma contra el castrismo, pues a primera vista no se me alcanzaba ningún problema, tonto que es uno.
Enseguida apreció la cuestión del bloqueo. Pregunté cuál era la relación entre el bloqueo y la existencia de presos de conciencia, sin obtener ninguna respuesta concluyente. Dije que tal vez el bloqueo pudiese explicar, por ejemplo, la escasez de maquinaria, pero que no era capaz de ver su relación con la práctica de detener a personas por su opiniones, o con la vieja costumbre, anterior a cualquier bloqueo, de no celebrar elecciones libres, y haber laminado cualquier forma de poliarquía. Se habló entonces de las repercusiones morales de apoyar a los de Miami, lo que al parecer se tiene por algunos como algo muy siniestro. Yo mostré mi asombro por imaginar que la disidencia cubana viviese en la abundancia, y les hablé de mis modestísimos esfuerzos por ayudar a que les lleguen algunos libros, ordenadores usados o alimentos. Algunos me miraban perplejos, como si el primer mandamiento consistiese en condenar siempre los Estados Unidos, cosa que no creo.
No pude dejar de observar que pudiera ser que, más que un manifiesto contra el castrismo, estuviésemos asistiendo a un cierre de filas de cierta izquierda para apuntarse el éxito de su derribo, ahora que es algo menos improbable. Algunos son especialistas en quedar siempre en buen lugar, pero, pese a eso, sean bienvenidos como trabajadores de la última hora a una causa evidente, aunque ya vieja.
Luego me quede pensando en el bloqueo, en el bloqueo que pueden producir en gentes habitualmente despiertas algunas consignas, ciertas ideas sobre la perversidad moral del capitalismo, el deseo de mantener en pie la ficción de que algo de lo que pueda quedar en Cuba tenga que ver con ideales evidentes, sublimes, más allá de cualquier análisis. Eso sí que es un bloqueo, el mejor invento de Castro desde Sierra Maestra.