Dos y dos no tienen porqué ser cuatro, si no conviene

En España gozamos de un gobierno muy mirado que quiere tener jurisdicción sobre las palabras, que quiere mandar a base de imponer un vocabulario básico del que estén ausentes términos molestos, subversivos o reaccionarios. Ya nos hemos enterado de que la ministra Aido quiere que lo mismo que existen miembros existan miembras, porque , de no ser así, no dejamos que las miembras sean como los miembros y eso hace que no haya miembras cuando es evidente que debería haberlas. El lenguaje le sirve mucho al gobierno que, como anda preocupado con el gasto público, aunque no drásticamente, no ha creado todavía un ministerio de la gramática, en el que yo me pediría una dirección general del subjuntivo, por cierto. Ante una limitación de tan mal carácter, el Gobierno ha encontrado en el Fiscal, señor Conde, un aliado poderoso y muy creativo desde el punto de vista lingüístico. Resulta que el señor Fiscal ha descubierto que la cosa económica pinta mal por culpa de unos criminales económicos, y ha sugerido que habría que hacer algo en plan penal para que esos facinerosos dejen en paz al euro, y a su Gobierno, un benemérito grupo de personajes que no hace nada, pero que no para de inventar palabras y explicaciones.

Uno de los personajes de Orwell en 1984 afirma que en el momento en que se pueda decir en voz alta que dos y dos son cuatro, comienza la libertad. Mucha gente cree que la libertad consiste en hacer lo que se quiera y no están equivocados, pero dan una explicación algo corta. El requisito para hacer lo que se quiere es no estar engañados, porque el engañado hace lo que otros quieren que haga, aunque no se dé cuenta. Y para no estar engañados hace falta que podamos decir en voz alta algunas verdades fundamentales como las de la aritmética. Pero, ¿a quién le importa la libertad? El gobierno no comparte la absurda preocupación de los liberales, gente de otra época, por la libertad. Aquí no hay ningún problema con la libertad. Libertad, ¿para qué? La libertad para Zapatero consiste en reconocer que dos y dos no son cuatro, sino lo que le convenga. El Gobierno cree que cuando se da libertad a algunos lo único que hacen es hundir la Bolsa para perjudicarle y lleva años buscando las maneras de no hablar de la crisis, de olvidarse de la absurda obsesión con los números y dejar que la imaginación corra libre, como el viento, como la poesía ecologista de ZP, y no con esa absurda idea de que haya que estar todo el día contando dinero, cuando todos sabemos que es inagotable.