Hace ya diez años que ZP decide la política de los socialistas españoles y a él le ha parecido que es algo que se habría de celebrar. Es un caso claro de que, como decía Espinosa y me gusta repetir, la política es la simpatía que el poder siente por sí mismo. Visto desde fuera, el fasto no lo es tanto, o no lo es en absoluto.
En la historiografía del siglo XIX es corriente contraponer el trienio liberal a la década ominosa, los buenos y escasos años en que rigió la Constitución de Cádiz, a los años oscuros y penosos en que quien había sido “El deseado” ejecutó a su antojo una política extremadamente funesta. Al cumplirse esta aniversario zapateril es inevitable comparar estos diez años de su liderazgo, con ese período tan nefasto de nuestra historia.
ZP ha llevado a España a una situación tan negativa que es difícil encontrar precedentes para el caso, lo que es especialmente grave si se piensa que heredó una economía en crecimiento y un país en plena confianza en sus posibilidades. Desde 1996, bajo los gobiernos del PP, España había alcanzado tales cotas de bienestar y crecimiento que a muchos parecía que hubiésemos entrado para siempre en una nueva etapa de nuestra historia. Todo eso comenzó a truncarse en 2004: tras unos días de terror y de espanto, en los que el PSOE dio buena muestra de lo que entiende por solidarizarse con la política antiterrorista del gobierno cuando él está en la oposición, los españoles se encontraron, por sorpresa, con un político bisoño y sonriente al que, como había sucedido con Fernando VII, prestaron una acogida benevolente y esperanzada.
El recién llegado dio pronto muestras de lo que iba a ser una de las constantes de su gestión: la política de gestos. Como para confirmar la buena impresión que de él se tenía tras no haberse levantado a saludar la bandera americana en el desfile de las Fuerzas Armadas, retiró a toda prisa nuestras tropas de apoyo a la pacificación del Irak sin importarle ni poco ni mucho los costes del desaire a nuestros aliados. Es necesario reconocer que en esto no ha cambiado: nuestro presiente se muere por una imagen, por una cita, por un retruécano. Como dicen quienes le conocen bien, no hará nunca un mal gesto ni una buena acción.
Durante su primera legislatura, Zapatero ha podido creerse, como la mosca posada en la cabeza de un elefante, que controlaba la situación. Una economía lanzada, pero gravemente necesitada de ajustes y medidas de prevención, le permitió iniciar una alocada carrera de gasto para comprar adhesiones y sugerir a los electores que todas las carencias y los problemas eran, únicamente, consecuencia de la tacañería y la avaricia de la derecha. Se dedicó a vaciar la despensa, convencido de que alguien volvería a llenarla a tiempo, lo que, como es obvio, no ha sido el caso, y, al tiempo, puso todos sus esfuerzos en inventar una España en la que la derecha ya no pudiese gobernar jamás. El Pacto del Tinell fue el anuncio de esa política sectaria y diametralmente opuesta a las bases de nuestro sistema constitucional. Sus dos grandes realizaciones fueron el mal llamado proceso de paz con ETA, que ahora pudiera estar conociendo una segunda oportunidad, y el Estatuto de Cataluña. El intento con ETA acabó con la voladura de la T4, crimen que ZP consideró como un mero accidente. La farsa del Estatuto está dando estos días sus últimos coletazos, pero no hay que descartar que un presidente tan obstinado como obtuso trate de convertir el fuerte palmetazo que le ha propinado el Tribunal Constitucional en una nueva fuente de dádivas para sus bienamados nacionalistas.
Convencido de que los gestos, y las palabras hueras, lo son todo, negó persistentemente la existencia de una crisis económica, trató de evadir cualquier responsabilidad, e intentó, incluso, pasar por ser el autor de las medidas que los mandatarios internacionales decidieron poner en práctica, mientras nuestro poeta seguía gastando el dinero que no tiene en reparar los bordillos en inútiles esquinas. En sus manos, hubiéramos ido a la ruina total, y solo la insólita intervención de Obama y de Merkel han conseguido que sea capaz de enfrentarse mínimamente a la espantosa situación de crisis y de deuda que ha generado su frivolidad y su ignorancia.
Zapatero no solo ha conseguido destruir una situación económica muy sólida, sino que ha vaciado por completo de contenido político al PSOE, y ha condenado al PSC a ser una caricatura nacionalista de lo que siempre ha sido. Aunque sus acciones parezcan apuntar diversos objetivos, la permanencia en el poder es y será su única estrella. Ahora trata de oficiar de patriota dispuesto al sacrificio, de líder que se inmola por la salud de todos: es únicamente la penúltima careta de un líder astuto, inmisericorde, cínico, vacío y peligroso.