Los males de la vieja España

Siempre he creído que en España es casi imposible corregir nada, aunque la verdad nos muestra a los que ya somos viejos que sí hay cosas que cambian, a veces para bien. Cuando comento con los amigos alguno de los innumerables disparates que atesoramos como si fueran instituciones respetables, siempre acabo diciendo que España funciona únicamente, y mal, desde luego, porque es un viejo país que se fía de su larga experiencia, prefiere no cambiar casi nada, y cree que, más o menos, da un poco lo mismo. Esto, desde luego, exaspera a los reformistas, a los competitivos, a los razonadores, a los liberales, gentes, por lo común mal vistas, Quijotes de esa inmensa muchedumbre de Sanchos que pueblan estas tierras, esos Panza a los que Cervantes dio, al fin y a la postre, la razón, porque, en efecto, el hidalgo atrevido es digno de toda clase de burlas y de afrentas sangrientas, al entender de nuestros desinhibidos Sanchos que, como digo, son multitud, y están sindicados.
Traigo esto a colación porque agosto es el mes en que el sanchismo nacional alcanza sus mayores cotas de eficiencia y obviedad. En agosto, España entera se para, todo lo que es meramente burocrático y/o tradicional (o sea, todo) deja, sencillamente, de existir. Se salvan, únicamente, y por los pelos, aquellas funciones que requieren continuidad inexcusable o que se intensifican a la vista del nohacer de los demás, la aviación o los chiringuitos, por ejemplo, pero no miremos el asunto a fondo no sea que nos llevemos un susto morrocotudo. Lo demás entra en un estado coloidal que es el que realmente nos define, pero que el resto del año se disimula como se puede. Hay que reconocer que los calores son de justicia, pero no bastan para explicar el colapso, como puede comprender cualquiera que haya pasado un verano en California, por ejemplo, pero California es una cosa reciente y que pretende ser razonable, nada que ver con lo nuestro.
Este país es normalmente un Sin Dios, pero en verano da la sensación de recuperarse, de que todo rueda sin agobios ni pausas. Es el momento en el que el sanchopancismo vive en pleno regodeo, sin cansancio ni ansiedad, acopiando fuerzas para que en septiembre todo vuelva a la normalidad, a estar manga por hombro, como le gusta al fondo arriero y montaraz que llevamos siglos cultivando con esmero.