Me gusta mucho recordar una afirmación del gran William Blake, hoy 12 de agosto es el aniversario de su muerte en 1827 con solo cincuenta años, sobre que no hay manera de distinguir lo suficiente de lo demasiado, sin experimentar el exceso. No creo que se trate de una incitación al desmadre, sino a la prudencia, a aprender de lo que nos ocurre. Lo que nos pasa con frecuencia es que, efectivamente, no aprendemos de lo que nos pasa.
Bien, este exordio veraniego viene a anunciar que me he dado de baja en todas las redes sociales, en todas las que he utilizado, mejor: que me han utilizado a mí. Estaba harto de tener que contestar, por educación, a una decena de avisos del más variado tipo sin otra necesidad que la de responder como pudiera a la capacidad de una máquina para mandar mensajes repetidos a una parroquia dispersa y diversa.
No dudo de la utilidad de las redes como instrumento de las más aviesas intenciones de cualquiera, pero yo casi no tengo ya intenciones y, la verdad, no las hecho demasiado en falta. Veo que algunos se lo pasan muy bien en las redes y se lo envidio, pero para mí era una tarea tediosa, incluso cuando se trataba de contestar a personas de cuya amistad se sospecha.
Una amiga muy lista y al día trató de convencerme de twiter era lo más y estuve unos días tratando de entenderlo, pero desconecté pronto. Me dijo que no lo entendía y le di la razón de inmediato.
Supongo que esta conducta mía denuncia lo generoso que ha sido conmigo el calendario, pero qué se le va a hacer. Mis disculpas a quienes disfruten con ellas: les cedo gustoso mi parte del pastel.