A la salida de mi alojamiento veraniego una numerosa cohorte de obreros se empeña en achicar una esquina de acera que, pese a pasar de cincuentona, tiene al parecer unos graves e invisibles defectos que hacen inaplazable su sustitución por una esquina más humana, como decía la propaganda del concejal de turno al comunicar a los pacientes ciudadanos el inaplazable comienzo del desaguisado.
El ayuntamiento ha sido tomado no ha mucho por una cohorte de supuestos infieles del PSOE con la inestimable ayuda de un concejal tránsfuga que se ocupa precisamente de esta clase de pendejadas con el pomposo nombre de urbanismo y planificación. No digo que haya una relación causa efecto, pero reconocerán ustedes que es mucha casualidad el súbito descubrimiento de los defectos de la acera esquinada.
El caso es que en pleno ferragosto, uno de los lugares más plácidos de esta costa maltratada se ha convertido en un simulacro de Sarajevo en tiempo de guerra, por los ruidos, los humos y las dificultades de tráfico al borde mismo de una playa cuyos accesos no son inmejorables, pero funcionaban habitualmente sin agobios. Puestos a pensar bien, es maravilloso el celo de los munícipes renovados, y puestos a pensar mal no hay otro remedio que reconocer que son unos hijos de mala madre. Ustedes perdonen, pero es un desahogo. ¡Qué bien reconducen estos chicos a sus bolsillos y los de sus amigos el dinero de nadie!