Somos animales históricos, no cabe duda. De otra manera no sería fácil explicar cómo es posible la naturalidad con la que todos nos adoptamos a los cambios, por peregrinos que sean. Me refiero a un tipo de cambios que, al menos aparentemente, no tienen otra razón que la misma dinámica que los impone, y hay mucho de eso.
Me ha venido esta consideración a la cabeza a propósito de la noticia de que muy pronto podremos ir a Valencia en el tren de alta velocidad, aunque con un recorrido disparatado, por cierto. Bueno, vayamos a la jaculatoria: ante noticias de este calibre era corriente, hace ya años, invocar alguna idea sagrada, decir una oración, reconocer los beneficios de lo alto. Pues bien, sigue sucediendo lo mismo, solo que las jaculatorias son de otro tipo, pero no menos sagradas. Las más frecuentes ahora son las de tipo medioambiental, realmente inexcusables en cualquier evento que quiera ser complaciente con las deidades del momento. Valga el ejemplo del caso ferroviario: según ha destacado Renfe, la puesta en marcha del AVE a Valencia supondrá una ganancia medioambiental, dado que permitirá evitar la emisión a la atmósfera de unas 80.000 toneladas de CO2. ¡Acabáramos! ¡Como si no hubiese forma de ahorrarse esos kilitos de manera más discreta! Amén.