El repliegue

La remodelación del gobierno que ha llevado a cabo Rodríguez Zapatero supone, en la práctica, que el presidente distingue entre lo que le puede ser útil para intentar llegar a la reelección y lo que estaba claramente de más. Se trata de una crisis dura, a su modo, bastante radical. La primera de las víctimas ha sido la vicepresidenta primera, Mará Teresa Fernández de la Vega, quien, habitualmente ocupada en demostrar que aquí no pasaba nada impropio del reino de Jauja, seguramente no se enteró de nada hasta que tuvo que empezar a recoger su fondo de armario. Al prescindir de ella y de Moratinos, Zapatero se distancia cuanto puede, aunque no es mucho, de un modo de hacer política tan ineficaz como reiterativo y pretencioso. Zapatero ha deshecho completamente su gobierno del 2008 y, aunque no lo admita jamás, reconoce indirectamente los errores de su política, la mala calidad de los ejecutantes.
La crisis tiene, por el contrario, un triunfador neto en la figura del inquietante Ministro del Interior, el casi incombustible Alfredo Pérez Rubalcaba que se hace con la cartera de la Vice y la portavocía del Gobierno, conservando sus nada escasos poderes en el Ministerio del Interior. Además del significado que pueda tener este ascenso de uno de los políticos más correosos y peligrosos de la democracia, es irresistible la tendencia a pensar que Zapatero quiere regalarnos el final de legislatura con alguna magna operación de pacificación en Euskadi, con alguna forma de final de ETA que pueda mover a los corazones agradecidos y cándidos a votar de nuevo al PSOE al final de esta legislatura tan desbaratada.
Da la impresión, desde luego, de que, lejos de arrojar la toalla, Zapatero se dispone a llegar a 2012 con fuerzas suficientes para presentarse, y ganar si fuere posible el milagro. Aunque queda bastante para comprobar hasta qué punto vaya a encabezar las listas, lo que es evidente es que en este repliegue frente a la adversidad, Zapatero no ha tenido duda y se ha guarecido tras las habilidades y la experiencia de tres tipos de la vieja guardia, Alfredo Pérez Rubalcaba, Ramón Jáuregui y Marcelino Iglesias. Se acabaron los guiños a la modernidad y al feminismo zapateril, porque del quinteto con mayores poderes políticos, que incluye, evidentemente, a José Blanco, han desaparecido las féminas. Queda, eso sí, la vicepresidenta Salgado a la que Zapatero confía, como si de un anestesista se tratase, que mantenga en estado de sedación a la economía española tomando las medidas que puedan dictarnos, los mercados, la Unión Europea, o cualquier otra clase de necesidad. Se trata, por tanto, de un gobierno de rearme político, con la economía reducida a vigilar las constantes vitales, a la espera de que algún milagro, y no, desde luego, la acción de este gobierno, produzca una reanimación en condiciones que nos permita salir de la crisis.
“¡Es la política idiota!”, podía ser la advertencia que hubiese hecho salir a Zapatero de su estado de zombi. Con este gobierno parece que se intentará acabar con las decisiones geniales e improvisadas, con los gestos caros e inútiles, con el electoralismo poco avisado. Como se trata de actitudes que han venido siendo consustanciales con la política del Maquiavelo leonés, creo que asistiremos a una representación en la que, o bien Zapatero aparecerá como reo de una guardia de hierro, o presenciaremos enredos memorables.
Muy significativa es también la elección del Ministro de Trabajo que ha venido a recaer en Valeriano Gómez, un ugetista con pedigrí, lo que puede interpretarse con facilidad como un intento del presidente de restaurar a la mayor brevedad los lazos políticos y cordiales con los dos grandes sindicatos. No es una tarea difícil: lo que es difícil es poner freno al paro, pero ya queda dicho que Zapatero piensa, diga lo que diga, que se trata de un objetivo que este gobierno no está para abordarlo de manera directa, sino para esperar el milagro.
Siempre atento a los gestos, Zapatero ha aprovechado no ya para cambiar caras sino para suprimir dos ministerios, el de Vivienda e Igualdad, tragándose el sapo de que fueron, en su momento, dos de sus grandes invenciones. Esta clase de ahorros, sin exagerar, puede formar parte de las medidas que tome el nuevo Gobierno de manera inmediata, porque una cosa es no hacer nada en política económica, y otra permitir la sensación de que nada se hace.
Si el problema de Zapatero consistiese en apañar bien las fuerzas disponibles y emplear a los menos malos, esta crisis sería un éxito, pero es obvio que no se trata de eso. El presidente tiene por delante una misión imposible que es la de recuperar un crédito perdido de manera persistente, algo que solo sería posible dándole la vuelta a la situación económica, pero ni hay tiempo para ello ni el nuevo gobierno se va a entregar decididamente a la tarea, ocupado como va a estar en otras cosas, sin duda de importancia, pero enteramente estériles para recuperar el favor perdido de los electores.
[Publicado en La Gaceta, 21 de octubre de 2010]