Felipe González parece experimentar, de cuando en cuando, dificultades para mantenerse en su sitio; no se le puede criticar por ello porque ha vivido una vida muy peculiar y propensa a diversas deformaciones, lo cual no quiere decir que haya que aplaudir cuanto haga o diga, ni tomarlo todo a beneficio de inventario.
Unas declaraciones recientes de González, no hace falta decir a quien, porque todos los satrapillas tienen su medio de cabecera, han levantado un intenso revuelo, y no sé si hay o no motivo para el caso. Lo que ha dicho solo podían ignorarlo los más necios y sectarios, pero no deja de ser curioso que ahora admita estar al cabo de la calle de cosas que antes decía solo llegaban a sus castos oídos a través del periódico.
Algunos han querido ver en esta entrevista intempestiva una intención política precisa, sea cual fuere; no estoy seguro de que ese sea el caso, aunque parezca razonable sospecharlo, y tampoco es fácil acertar qué consecuencias pueda acabar teniendo, si bien me inclino por el “fuese y no hubo nada” del soneto cervantino, ya que es lo que suele pasar aquí con casi todo.
A mi me parece interesante subrayar la suficiencia y el menosprecio que destila la conversación, pero como nunca vote a Felipe, puedo decir que no me sorprende. Sí me llama la atención el que el público no se preocupe de que, con tan ligero equipaje, se haya podido mandar en esta España, y de manera casi absoluta, durante más de una década. Cuando el abuelo Cebolleta cuenta sus historias se percibe mucho mejor que nunca el oropel, la mentira, la pequeñez, la necedad, pero no solo la del abuelo.