Cataluña

Tengo la sensación de que las elecciones en Cataluña van a ser celebradas en un ambiente de gigantesco equívoco, de imposible razón. Como no soy catalán y no me gusta pasar por anticatalán, que tampoco lo soy, ni mucho menos, transcribo el último párrafo del artículo de Enric Juliana en La Vanguardia, que a mi parecer, me libera de cualquier sospecha. Dice de manera expresa lo que yo sentía de manera difusa: “Oyendo estos días a los políticos catalanes, prisioneros del lenguaje autorreferencial generado por más de quince años de denso y ferragoso empate (en 1999 dejó de estar claro quien [sin acento en el original] manda en Catalunya), no es difícil llegar a la conclusión de que esta campaña comienza con un gran desajuste narrativo. Las palabras ya no anticipan los hechos. Los eslóganes giran sobre sí mismos. La multiplicación de la oferta mediática empequeñece a los candidatos, que, en un ejercicio demencial, se prestan a ser actores del guiñol. Ganará con autoridad quien sepa romper el círculo de la banalidad, se eleve, ensaye un nuevo lenguaje y se atreva a explicar que todo pende del empréstito”.
Hay algo que Juliana no dice, porque se refiere solo a Cataluña, pero esa es también la situación de toda España, y es posible que empeore en los meses que quedan antes de las elecciones: no podemos vivir del préstamo indefinido y sin motivo, nuestros políticos se olvidan de nosotros y solo están a su timba, y esto no hay quien lo resista. En fin, no se trata de ser pesimista, sino de echar números, mirar el mapa del mundo y convencerse de que no está claro de que haya mucha gente dispuesta a seguir pagando para que vivamos como nos plazca.