Mis dos últimas visitas al cine no han podido ser más distintas. He visto, casi a renglón seguido, Copia certificada, de Kiarostami, y, supongo que para compensar, Imparable, de Tony Scott. De la primera poco puedo decir, aparte de que me acordé de cada uno de los huesos de mi cuerpo, de lo incómodo y aburrido que estaba, pese a la presencia de Juliette Binoche, y a que se supone que tenía que verse la Toscana (si es por eso, no vayan). Yo sé bien que este director tiene sus incondicionales y que hay quienes creen que el cine es eso, pero no es mi caso, que aunque sea capaz de reconocer, creo, ciertos valores en la cinta, me aburrí en extremo, pero prefiero hablar de los trenes de Toni Scott.
Aquí tampoco seré nada objetivo, porque mi afición a los trenes me haría ver tres de Kiarostami seguidas a nada que los trenes tuviesen algún papelillo, pero esta de Scott es de las que te meten el ferrocarril en vena. Además no se ve la Toscana, tampoco en la del bueno de Abbas, pero se ve Pensilvania, que no está nada mal.
Siempre he admirado la naturalidad con que los americanos se relacionan con el ferrocarril, una magnífica invención que no parece molestar a nadie, mientras que aquí todo el mundo se empeña en soterrarlo, en esconderlo, ¡qué horror! La película plantea una situación que no es que bordee lo inverosímil, sino que es ligeramente ridícula, pero como suele suceder con esta clase de empresas, el asunto funciona y se consigue crear emoción, intriga. Scott abusa de los efectos, y no es un genio como su hermano Ridley, pero domina la acción y el espectáculo. Además sale Denzel Washington y borda su papel de héroe derrotado y verdadero frente a los cabronazos de los dueños del ferrocarril, o sea que hasta es un poquito de izquierdas, cosa que se compensa con un cierto machismo sentimental que a estas alturas sorprende un poco.
Bueno, que me lo pasé muy bien y que mi recomendación es entusiasta para los que gusten de los trenes… y de las pelis de buenos y malos.