Este gobierno que maneja a su antojo una serie de instrumentos de control, y en especial un potentísimo sistema de escuchas, parece haber encontrado en la persecución del dopaje deportivo otro trampantojo ocasional para tratar de disimular sus carencias y desaciertos. Hace falta ser muy crédulo para sostener que la persecución a Marta Domínguez haya coincidido de manera enteramente casual con un resonante éxito parlamentario de Rajoy y con el hecho de haber puesto a Rubalcaba frente al espejo de las palabras que empleo en 1999 para enjuiciar a un ministro de Fomento que, comparado con el actual, parece el Nobel de la especialidad.
La noticia sobre la posible implicación de uno de los ídolos deportivos más populares ha dejado a los españoles con la boca abierta, y el gobierno se ha encargado de aderezarla y servirla a la hora conveniente para sus exclusivos fines. No hay que olvidar que el responsable último de la política deportiva es el futuro rival del PP para la alcaldía de Madrid, y amigo íntimo de Rubalcaba, hoy por ti, mañana por mí, de manera que, bajo esa premisa, que la Guardia Civil invada el domicilio de cualquiera que convenga a la hora precisa para borrar las portadas de la prensa es un juego de niños en manos de semejantes expertos. Otra de sus especialidades es el manejo de la truculencia, de modo que tampoco hay que extrañarse de que se haya pretendió presentar el domicilio de la atleta palentina como una especie de laboratorio clandestino de toda clase de productos hematológicos y estimulantes. El respeto a la buena fama y a la presunción de inocencia le parece a Rubalcaba música celestial cuando entiende, y siempre es así, que alguien le está echando un pulso al Estado, que es la manera como Rubalcaba se refiere a sí mismo en la intimidad.
El gobierno no tiene, como debería tener, una política de protección de la imagen de nuestros mejores deportistas, sobre todo cuando estos se le muestran más esquivos y escasamente propicios a la adulación y al servilismo. No le importa manchar con la sombra de la sospecha unas ejecutorias ejemplares, con tal de que eso sirva para dar que hablar, y para poner en cuestión el esfuerzo, la idoneidad y la ejemplaridad de figuras que los españoles sienten como suyas, que son el paradigma de una moral de sacrificio y de esfuerzo que, a lo que se ve, no le dice nada a este gobierno que prefiere el gregarismo, la sumisión y que nadie destaque en nada para no dar mal ejemplo. No se trata de que pretendamos poner a nadie por encima de las reglas de juego comunes, o, menos aún, por encima de la ley, pero rechazamos frontalmente la alegría con que este gobierno celebra las supuestas faltas y los errores de nuestros deportistas cuando se ven implicados en un asunto tan enrevesado y discutible como todo lo que tiene que ver con el empleo de estimulantes no permitidos por las normas deportivas.
En lugar de apresurarse a enviar los guardias civiles que parece no tener para encontrar a etarras y hombres de paz, podría procurar que cuando una de nuestras figuras se viese implicada dispusiera de todos los recursos de una buena defensa y, sobre todo, evitar el escarnio de la exposición a la vergüenza pública. No lo hace así, y aprovecha, como si se tratase de concejales del PP, para ejemplificar lo peligroso que resulta en España no hacerle suficientes carantoñas al inquilino de la Moncloa.
Por lo demás, la regulación deportiva en estas materias es lo suficientemente arbitraria y compleja como para que cualquier persona decente pueda defender la inocencia de nuestros deportistas, justo lo que jamás hace este gobierno.