La idoneidad de Zapatero

Una de las cosas que llama más la atención de esta nuestra España es la monotonía de las noticias políticas. Somos record mundial en la importancia que concedemos a las mínimas sandeces de nuestros líderes, y eso les lleva a estar todo el día profiriéndolas. Han adquirido tal destreza que ya cultivan el minimalismo, casi se dedican al poema breve, tipo haiku japonés, aunque tampoco renuncien a las largas peroratas castristas, cuando se tercia. Las recientes declaraciones del faro de la alianza de las civilizaciones en torno a su destino político han sido de carácter lírico, pero han obtenido una enorme repercusión en la prensa: son las ventajas de ser dirigidos por un poeta, esos que mejor mueven a las naciones según afirmaba José Antonio Primo de Rivera, no sé si les suena. A cambio de esta inusitada atención a fechorías verbales tan inanes, nos tragamos de oficio auténticas barrabasadas, por ejemplo, que el nuevo Código penal permita incautar el coche de quienes cometan determinados delitos al volante: se trata de una idea brillante cuyo desarrollo no conoce límites, porque, por ejemplo, permitiría quedarse con el piso de quien disparase desde una ventana, y no me entretengo más.
Como saben de sobra mis lectores, McGuffin es el nombre que Hitchcock adjudicaba a ciertas tretas de sus magníficos guiones, una peripecia que acontece en la película pero que nada tiene que ver con la trama de fondo, que sirve para despistar a atención del espectador entregado. Los socialistas, tal vez sin saberlo, son maestros en tal técnica: el supuesto debate sobre la supuesta “sucesión” es un magnífico McGuffin, cuyo efecto despistante se acentúa por el tono entre lastimero y sacrificial de las últimas apariciones del aludido. ¿En qué consiste, en realidad, el engaño sucesorio? Contestar esta cuestión me obliga a hacer una cierta defensa del líder en cuestión, moderada, en cualquier caso.
En la revista que dirige Alfonso Guerra han afirmado que ya es hora de cambiar de líder, y presumo que su análisis no se derive directamente de la admiración a su Maquiavelo falso-leonés. Veamos: en primer lugar, si Zapatero fuese tan malo, peores serían los que le han sostenido, entre otros Guerra, de modo que aunque nos felicitásemos del arrepentimiento, no podríamos olvidar el disparate colectivo de sus secuaces y aduladores, de los miembros de la gran orquesta roja y oportunista, en una mixtura minuciosamente equilibrada. Como dijo Bertrand Russell, en una democracia los elegidos nunca pueden ser peores que los electores, pues cuanto mayor fuere la maldad de aquellos, peor sería la calaña de quienes los consagran. Zapatero es, por tanto, el mejor de los suyos, y por tal lo han tenido durante años, meses y días. Lo que ocurre es que ahora dicen haber descubierto que ya no vende, que vende peor incluso que ese pésimo adversario de derechas que nunca se sabe si va o si viene. Bien, pues que sean consecuentes: lo que ocurre no es que Zapatero sea malo, y, menos aún, que se haya vuelto malo de repente. Lo que ocurre es que las políticas de Zapatero han sido espantosas, que no han servido sino para empeorar las cosas. Lo grave es que esas políticas de Zapatero no son solo suyas sino que son, sobre todo, de quienes ahora le critican y lo echan de más. Cuando los partidos se confunden y no aciertan a ser lo que tienen que ser, gastan el tiempo discutiendo sobre el liderazgo. El PSOE olvidó hacer sus deberes, buscar una política razonable y coherente, atractiva a ser posible. Como no la encontró, Zapatero ha ejercido la vieja política que heredó de Felipe González, sin la astucia y la largueza del sevillano, y basta con leer el libro que escribieron, al alimón, entre Cebrián, el líder del periódico independiente de la mañana, ahora diario global, y González para certificarlo. Es la política del PSOE lo que es malo, no Zapatero. Es la demagogia social, el cainismo frente a la derecha, la falta de respeto a la ley y a la Constitución, la ausencia de una ética pública exigente, su rendición ante el nacionalismo, que no es otra cosa sino la manifestación de su afán de poder a cualquier precio, el dogmatismo autocomplaciente de la izquierda… eso es lo que hace aguas, y no Zapatero, aunque su elección seguramente haya sido una de las peores que jamás se hayan hecho en una democracia.
El culebrón de Zapatero es una especie de McGuffin porque tratan de hacer ver que él es quien ha cometido los errores, olvidando que es la política socialista, que todo el PSOE ha compartido como una piña, incluso hasta cuando la muerte debiera haberles separado, quien ha sido, en último término, responsable del estado comatoso de nuestra economía y del deterioro dramático de nuestras instituciones. ¿Qué se va Zapatero? ¿A quién le importa? Lo único interesante sería saber si el PSOE estaría dispuesto a cambiar alguna vez de política, cosa difícil, pero enteramente imposible hasta que no se peguen un batacazo memorable.
[Publicado en El Confidencial]