El plan de Zapatero

Al poco de comenzar este año, como para apostar por la novedad que siempre trae consigo la nueva fecha, el presidente concedió una entrevista a Onda Cero de la que no se pudo sacar nada que no fuese una obviedad. A pesar de la indudable calidad del entrevistador, la noticia fue que no había noticia, lo que, desde luego, ya no debería sorprender a nadie, conociendo mínimamente al inquilino de la Moncloa. Zapatero actúa de manera habitual siendo muy consciente de que le conviene que él sea la noticia, la única noticia, más aún cuando ha conseguido provocar innumerables especulaciones sobre su retirada.
La condición política de esta estrategia presidencial no se podría comprender bien si no se tuviese en cuenta los hábitos audiovisuales de grandes sectores de la población española, una manera de comportarse del público que implica importantes consecuencias intelectuales y morales. El hecho de que la figura pública de una tal Belén Esteban, alguien que no es conocida ni reconocible por cosa distinta a sus apariciones en la tele, y en la muchedumbre de colorines que giran en su entorno, generando lecturas complementarias y poses significativas, haya alcanzado tanta presencia, no es en absoluto ajeno al comportamiento presidencial. Esta afirmación, que pudiera parecer más arriesgada de lo razonable, no pretende ser sino una forma de advertir al observador curioso no sobre la inanidad intelectual de la actividad mediática del presidente, sino, sobre todo, sobre su capacidad de seducción en esos mismos sectores de público que sacian sus ansias de interés con el belenestebanismo. El derroche de vulgaridad que secreta la televisión de Berlusconi, a través de un número increíblemente alto de programas supuestamente distintos, reconcilia a grandes sectores del público con su auténtica condición, los convierte en parroquia de una cohorte de pequeñas esperanzas que tienen el efecto de inhibir cualquier espíritu crítico, cualquier confrontación, y los habitúa a un grado altísimo de credulidad, de indiferencia. Es este público el que objetivamente cultiva Zapatero en su reencarnación más reciente, en su pose de héroe normal dispuesto a cargar con cualquier clase de sacrificios personales que puedan ser necesarios para el bienestar de los españoles. Zapatero-Esteban se coloca así en una posición a mitad de camino entre la víctima propiciatoria y el héroe incomprendido, y pretende suscitar la solidaridad moral de cuantos creen en ese universo de barata sensiblería y de supuesta honestidad que encandila a un público capaz de conformarse con menos que nada.
Si se pone este panorama en conexión con una de las escasas doctrinas públicamente defendidas por ZP, me refiero a su afirmación, en el prólogo a un nada inolvidable libro de Jordi Sevilla, según la cual no hay ideología ni lógica en política porque solo, “hay ideas sujetas a debate que se aceptan en un proceso deliberativo, pero nunca por la evidencia de una deducción lógica», se puede comprender que, sustituyendo el debate en el ágora por los índices de audiencia, las apariciones sean el mensaje. Belén Esteban se ha convertido en un paradigma para innúmeros españoles, hasta haber llegado a ser portada del sedicente periódico global, y Zapatero ha aprendido ya que no hay nada que decir salvo mantener el tipo, al precio que sea.
Si el PSOE alcanzase a ser todavía algo distinto a lo que Zapatero ha hecho de él, podríamos apostar con seguridad que Zapatero no repetiría en ningún caso, pero eso está por ver. Mientras tanto Zapatero continúa atizando al monigote maniqueo que tiene más a mano, y juega a que la noticia, sus apariciones y sus mutis, sigan impidiendo la desesperación de los más incautos, el desasimiento de los más humildes, esos que, en su retórica, lo merecen todo aunque jamás se haya ocupado efectivamente de sus intereses, ni piense hacerlo en el futuro. Es obvio que esa estrategia puramente política puede servir también a su indudable sangre fría en la táctica, a su forma de ir haciendo lo que se le manda, aunque sea del modo más lento y embarullado posible, para evitar que nadie, ni de las muchedumbres de descamisados sindicales, ni de las cohortes de espectadores de las cadenas amigas, repare más de la cuenta en la absoluta incongruencia de su política. Si en un plazo no muy largo se produce una inflexión, no digamos ya un milagro, los ditirambos que se aplicarán al acontecimiento serán dignos de una celebración milenaria, vistas las loas hechas a los inexistentes brotes verdes, y las esperanzas puestas en esos 10.000 nuevos empleos que, espigando entre las estadísticas, acertó a encontrar a finales de 2010 el ministro de Trabajo.
Es posible que un Zapatero personalmente roto piense en su retirada, pero el Zapatero al que entrevistó Carlos Herrera está jugando al tran tran, como en el Mus, porque su inteligencia mágica le hace creer en lo inesperado, y está dispuesto a que la inspiración, como decía Picasso, le sorprenda trabajando.