La economía española tiene muchos problemas, pero todos ellos derivan de errores colectivos que, eso sí, se reflejan y potencian por los gobiernos. Los españoles debemos dejar de esperar que las cosas se arreglen, es decir, de que podamos volver a nadar en la abundancia por arte de birli-birloque, y tendremos que empezar a pensar y hacer cosas por nuestra cuenta. El mal español de ahora es la pasividad, la rutina perezosa y ritual, la complacencia con las buenas intenciones de las almas de quienes nos gobiernan o aspiran a hacerlo. El día que aprendamos a pedirles cuentas comprenderemos lo poco que hay que esperar de ellos.
La aparente prosperidad de estos años nos ha hecho olvidarnos de la necesidad de crear algo que interese a los mercados, de hacer algo que sea realmente útil, que se pueda medir, comprar y vender. Esto le puede parecer a las almas bellas un materialismo grosero, pero ya está bien de vender humo. Nuestro problema consiste en que valemos cada vez menos en un mercado cada vez más competitivo, abierto y creativo, y si queremos salir del proteccionismo memo en el que hemos vivido, gastando los ahorros de la hormiga alemana en fiestas de cigarra española, bien es verdad que comprando sobre todo productos alemanes, debiéramos ponernos a pensar qué podemos ofrecer a los demás, qué sabemos hacer, porqué deberían contratarnos o comprarnos lo que ofrecemos. Lo demás son historias muy viejas, muy aburridas, muy repetidas, estériles, idiotas, romances de ciegos burócratas, coplas de mendigo amargadas porque el señorito ha probado las mieles de la prosperidad y se le hace duro dormir de nuevo a la intemperie.