Ganivet y la burbuja inmobiliaria


Leyendo las Cartas finlandesas de Ganivet, publicadas en 1896, me he encontrado que, como suele suceder, el texto nos dice más cosas sobre los españoles, sobre todo sobre los Ganivets, si se me permite hablar así, que sobre Finlandia que es más bien que un argumento una tinción, un contraste. Iba a referirme a lo que Ganivet llama la candente cuestión de la reforma universitaria, pero me contuve. Sin embargo, unos párrafos más allá me encontré con una cita que transcribo, a propósito de los hábitos inmobiliarios de los finlandeses que le producen asombro a Ganivet por dos razones, porque ni sobran ni faltan casas, pese a lo mucho que se mueve el hogar finés, y, sobre todo porque no parece habersele ocurrido a ningún finlandés, gentes activas e industriosas donde las haya según nuestro cónsul en Riga, hacer negocio singular con este asunto, cosa que, como verán, le llama mucho la atención: “Yo me contento con asegurar que en todas parte hay «constructores de casas vacías», excepto aquí, donde se posee un finísimo olfato económico. Si en España hiciéramos un balance de las casas que tenemos desalquiladas y del capital amortizado que representan, sacaríamos quizá millones bastantes para recoger toda la deuda exterior y para que se quedaran dentro de casa los intereses que van al extranjero”. No me negarán que la observación sea aguda y sorprendente, hecha ya hace más de 115 años.

Los españoles hemos venido confundiendo la riqueza con ser terratenientes, aunque sea en la escala de un apartamentito de 50 metros, y hemos pasado mansamente por el aro con esa pirámide de Ponzi en el que se convirtió en España el negocio inmobiliario, un auténtico disparate que nadie se atrevió a denunciar hasta el momento en el que se nos vino encima el monumento a la memez que habíamos construído, con la ayuda de casi todos. Recuerdo, por ejemplo, como se vanagloriaba un amigo, que hasta ese momento pasaba por ser un águila en el sector, de haber comprado una empresa inmobiliaria por mucho más de lo razonable, y ya en una situación en que hasta los quinielistas sabían que el asunto amenazaba ruina. Jugaba con fuego y se quemó, se abrasó, como tantos.

Espero que eso sirva para que no volvamos a las andadas, pero vista la profundidad del prejuicio, no lo daré como seguro. Son muy otras las formas de crear riqueza que debieran interesarnos, aquellas que realmente signifiquen una novedad, un buen servicio, algo que pueda venderse en el mundo entero, y no esas promociones de adosados que nadie comprará nunca, y que debiéramos considerar como lo que son, como la tumba fea y necia de una tontería colectiva.