El último acto político significativo de la vida presidencial ha sido su anuncio de que no se presentará a las próximas elecciones, se rinde, pues. Al haber tardado tanto en decirlo, no se le puede conceder el beneficio de la duda, no es un caso similar al de Aznar que abandonó la carrera yendo en cabeza, de manera que lo que ha hecho es tratar de minimizar los efectos del castigo político a que va a ser sometido.
Lo más interesante es lo que hará hasta que, dentro de unos meses, se vea obligado a convocar elecciones. No tiene mucho margen temporal porque hay mecanismos políticos de los que ya no va a disponer: ni tendrá ninguna mayoría, ni tendrá ninguna autoridad entre los propios, es el síndrome del palomo cojo del que se habla en las EEUU en su forma más radical.
¿Tratará de seguir una política de reformas que le rehabilite de un pasado desastroso como gestor? Lo malo de llevarla a cabo es que le ahorraría un calvario a su enemigo, al PP, de manera que lo más razonable es que haga como que lo hace mientras en realidad no hace nada, cosa que ya ha demostrado que se le da bien. Mientras ni Merkel u Obama ni los mercados aprieten mucho más tiene algo de margen para el funambulismo, para un simulacro que le permita presumir de sentido de estado, de sacrificio por la patria, hasta de progresismo por haber evitado algo peor. Lo decisivo no es su herencia desastrosa, sino lo que le PP acierte a hacer con ella, porque la caída en l nada del PSOE puede descontarse.