Las víctimas del terrorismo representan en la historia de la democracia española un movimiento insólito. Aquí, donde hasta las revoluciones se han pretendido hacer desde arriba, las asociaciones de víctimas, nacidas desde abajo, y tras haber sido escogidas en un macabro sorteo por el sadismo de ETA, han asentado los cimientos de un formidable impulso ciudadano dispuesto a resistir a todo trance las debilidades y las mentiras de un gobierno deseoso de lograr algún apaño con los criminales, y ocupado únicamente en el cálculo del hipotético interés político que el PSOE podría obtener con el miserable proceso de paz que ha sido la criatura política preferida de Zapatero. Zapatero ha estado y está embarcado en sucias negociaciones y maniobras con ETA desde antes de su llegada al Gobierno. Es posible, por cierto, que la supuesta certeza de Zapatero acerca de la autoría del 11-M se deba a la fiabilidad que le merecían las personas con las que en ese mismo momento estaba de compadreo, lo que le permitió la desfachatez de explotar miserablemente en su favor, el mayor atentado de la historia de Europa, una conducta que mostró bien claramente su catadura moral, su apuesta por alcanzar el poder a cualquier precio y sin límite moral alguno.
Las víctimas han conseguido, sin embargo, frenar a Zapatero, han logrado sacudir la conciencia adormecida de muchos españoles, y han salido ayer de nuevo a la calle para decir con toda claridad que ETA no puede estar en las instituciones democráticas, que los asesinos no pueden convertirse en concejales sin pasar antes por la cárcel, para cumplir sus condenas, porque, de lo contrario, ETA habría ganado, y el sacrifico de miles de víctimas habría sido inútil para nosotros, convertido en un simple trámite para la feliz consecución de los fines de los asesinos.
La manifestación del sábado por la tarde pone de manifiesto que cada vez son más los españoles dispuestos a resistir las mentiras del gobierno, sus caramelos envenenados, sus palabras de bella apariencia pero de siniestra intención. Las asociaciones de víctimas, y millones de ciudadanos con ellas, quieren que el PSOE y sus dirigentes se unan decididamente a este rechazo de la ETA, aunque solo sea por solidaridad con sus víctimas, con los muchos militantes del PSOE que han sufrido en sus carnes y en su alma el zarpazo del terrorismo etarra. No se puede seguir negociando nada, ni practicando ninguna clase de atajos con quienes no quieren otra cosa que imponernos sus exigencias, que humillarnos y doblegarnos. El PSOE, ahora que está a tiempo, debería deshacerse de una buena vez de Zapatero y de Rubalcaba, que son los últimos responsables de una política indigna y, lo que es peor, completamente inútil, porque es necio creer que quienes se han acostumbrado a imponer su voluntad a golpe de pistola vayan a abandonar sus pretensiones simplemente por no ser mayoritarias.
Este Gobierno que se empecina en la mentira y en el error, prefiere la compañía y el aplauso de los criminales al calor y la piedad con las víctimas. La manifestación de ayer es un grito de dignidad, de valor, de rebeldía, un grito que deberán oír también esos jueces que tan sensibles dicen mostrarse a las circunstancias, al número de los que pretenden cualquier cosa. Pues bien, las asociaciones de víctimas sólo exigen que se cumpla la ley, y que se respete la democracia, que el Estado sepa mantener con dignidad su papel de poder que reclama para sí el monopolio de la violencia legítima, y que sea consciente de su obligación de mantener, por encima de todo y por difícil que resultare, la dignidad de las instituciones, la vigencia de la Constitución y el respeto y el cariño que merecen las víctimas del terrorismo.
Lo paradójico de esta situación es que un gobierno declinante y, en el fondo con graves carencias de legitimidad, acabe por ceder en cosas que sería muy fácil defender, que cualquier gobierno del mundo sabría mantener con serenidad y con firmeza. ETA ha perdido su batalla, y no se puede consentir que lo logrado a base de la heroica resistencia de las fuerzas de seguridad, que ayer se unieron emotivamente al resto de las víctimas, y por la dignidad y la constancia de las asociaciones, que no siempre han gozado del pleno apoyo de fuerzas políticas, lo acabe ganando ETA por la vanidad de unos políticos en retirada, pero deseosos de apuntarse alguna medalla, que sería, en todo caso, un baldón. No queremos ningún Príncipe de la Paz, queremos una serena y definitiva victoria de la democracia, sin celebraciones, pero sin concesiones que nos avergüencen, como las que este gobierno indigno ha ido ofreciendo a los malhechores. No queremos a ETA en las instituciones, ni a disfraces de la banda en las elecciones. No queremos un gobierno amigo de los asesinos y de sus peones, sino a un gobierno valiente que, de una vez por todas, defienda, sin desmayo ni disimulos, la libertad, la democracia y la dignidad de todos.