En España cunde la confusión de la política con la agenda del sistema, con los temas que nos proporciona la prensa, la actividad de las grandes máquinas institucionales, es decir, con una enorme abundancia de minucias. Quien quiera ejercer la política tiene que aprender a enfrentarse a horizontes de grandeza, a conflictos aparentemente irresolubles, a batallas de intereses, a operaciones de jibarización de la vida pública, a ortodoxias forzadas, absurdas y mentecatas. No estoy proponiendo ninguna revolución, la toma de Génova o de Ferraz, ni la fundación de un nuevo partido purista; estoy recordando, simplemente, que política es política, y que esa actividad, que Burke consideraba la más noble de todas las humanas, no se puede ejercer de manera perpetuamente complaciente, ni con los electores, ni con los mediadores ni, menos que con nadie, con los líderes de nuestro propio partido. Es cierto, pues, que las democracias de masas pueden adormecer a los políticos y esterilizar la política misma, algo de eso nos pasa, más a la derecha que a la izquierda, por cierto. Cuando se sustituye la política por la cucaña se puede acertar en la propia carrera, pero se comete un fraude moral de consecuencias desastrosas para la comunidad, y para la libertad, ese bien que tanta gente no sabe echar en falta. Lo dijo de manera inmejorable Pericles, hace ya mucho tiempo, el precio de la libertad es el valor. La política debiera ser una actividad de valientes, más aun en un país en el que abundan los perros guardianes que ladran y muerden a cualquiera que se atreve a ser mínimamente diferente, por supuesto a cualquiera que quiera alterar el orden establecido, sin demasiado brillo, por otra parte.
¿derecho a la intimidad?
¿derecho a la intimidad?