¡Dios bendiga a América!

Esta expresión, final casi inexcusable en las alocuciones de los presidentes americanos, me viene a la cabeza al saber  que los EEUU han dado muerte a Ben Laden. Tuve la oportunidad de encontrarme en EEUU durante la campaña que llevó a la Casa Blanca al actual presidente, y de asistir en directo a un debate entre los candidatos que me llevó a la convicción de que Obama arrasaría, pero lo que me pareció más sorprendente fue la firmeza con la que manifestaba  que no cesaría de perseguir a Ben Laden hasta matarlo: es lo que han hecho los SEALS, una unidad de élite, cuyo lema es “El dolor es temporal, el orgullo dura toda la vida». Tanto la invocación a Dios, como la amenaza al enemigo escurridizo, son palabras mayores, de esas que en Europa, con la posible excepción de Inglaterra, nos da vergüenza, y vértigo, pronunciar. En Europa cultivamos sentimientos más civilizados, pero  más cobardes: respiramos aliviados porque, en el fondo, pensamos que el escudo protector de EEUU va a ser eterno, pero inmediatamente nos ponemos a pensar, con miedo,  en que nos toquen parte de las represalias. Las causas de esa debilidad de carácter de las democracias europeas son muy complejas, y es posible que, en el futuro, lleguen a afectar también a los norteamericanos, pero, por ahora, los EEUU hacen lo que dicen que van a hacer, y no se confunden con monsergas. Ben Laden ordenó la muerte de miles de norteamericanos inocentes y los EEUU no iban a parar hasta castigar esa acción, pase luego lo que pase. Todo ello hace que, efectivamente, los EEUU necesiten la bendición de Dios, pues cuentan, desgraciadamente, con la envidia y el rencor de muchísima gente; la enemistad visceral a los EEUU es una religión de numerosos adeptos, uno de los últimos refugios de los parias de la tierra, de manera que se puede decir de los enemigos de los EEUU lo que Gracián decía respecto de los tontos, que lo son todos los que lo parecen y la mitad de los que no lo parecen. No sé si será posible librarse de los efectos maléficos de tal plaga sin ayuda divina, pero seguro que no viene mal.
Claro es que los EEUU no se encomiendan únicamente a la bendición divina, y por eso poseen una flota naval que es más poderosa que el resto de las flotas del mundo juntas, son capaces de vigilar con precisión lo que ocurre en cualquier lugar recóndito de la Tierra, y, sobre todo, mantienen una voluntad indómita de defenderse y de proteger sus intereses, de pasarlo todo lo mal que haga falta para no sentir vergüenza de sí mismos, según el lema de los ejecutores del caudillo terrorista.
Gracias a su valor, a su tecnología y a su constancia, el mundo se ve libre de un individuo enormemente peligroso, pero ello no significa que la guerra haya terminado. ¿Tendrán que seguirla ganando en solitario los soldados norteamericanos? En Europa tienen muchos aliados fieles y algunos seguros, pero tienen también una inmensa multitud de enemigos dispuestos a cualquier cosas antes que reconocer mérito alguno a la gran potencia. Parece que muchos consideran una especie de desgracia que la nación más poderosa, la única que puede ejercer una acción militar efectiva y con total garantía de éxito en cualquier esquina del planeta, sea también la democracia más perfecta y más antigua de cuantas existen. Hay muchos que no soportan que sea real tanta belleza. Hoy mismo he recibido un correo de persona aparentemente normal que comienza dando por hecho que los únicos terroristas que realmente existen en el mundo son los norteamericanos, precisando un poco, para hacerlo más digerible, la extrema derecha norteamericana, cuya perversidad es tanta que no dudó en atacar las Torres gemelas  y el Pentágono, para encubrir sus aviesas intenciones. A mi me parece evidente que frente a esta clase de interpretaciones se necesita, como mínimo, un exorcista, de manera que entiendo muy bien el utilitarismo de la invocación presidencial.
Los EEUU tienen numerosos defectos, ¡qué duda cabe!, pero nos ganan por goleada en ética pública, objetividad y deseo de investigar, patriotismo, valor y sentido práctico. Son, efectivamente, una nueva tierra, creada por gentes que huían de un continente que empezaba a ser agobiante, en el que no se podía gozar de libertad. Desde entonces, las cosas han empeorado a este lado del Atlántico, pero allí mantienen un cierto nivel de su espíritu fundacional, pese a las triquiñuelas que se llevan a cabo en nombre de los mercados, las trampas de los insiders, y cierta rudeza a veces indiscernible de la estupidez. Ahora han acabado con Ben Laden, de la misma manera que sepultaron a don Adolfo y le hicieron morder el polvo a los admirables japoneses  que se dejaron llevar por un rapto de locura imperial. Hay que reconocer que son muchas trastadas como para que les otorguen su perdón las almas bellas, aunque no me inspira ningún temor la certeza  de que vayan a continuar impertérritos haciendo lo que creen que hay que hacer. 
[Publicado en El Confidencial]