Hace escasamente un año, un Zapatero acuciado por el realismo de su amigo, o no tanto, Obama y la urgencia de los otros líderes mundiales que le pusieron al teléfono, tuvo que renunciar solemnemente a seguir con sus planes, por llamarles algo, para evitar la inminente bancarrota de España que él había provocado con su delirante política y con sus estúpidas proclamas. El 12 de mayo de 2010, y ante el Congreso de los Diputados, anunció el recorte más duro de nuestra historia y puso fin a las promesas políticas que había tratado de mantener contra viento y marea, como si fuese un mal periodista dispuesto a que la realidad no le estropee un reportaje oportunista. Hay que reconocer que le echó cuajo, porque cambió de tono y de discurso, como si la cosa no fuese con él, hizo de tripas corazón y se aplicó a los recortes, especialmente con la parte más débil de la población.
Ahora y pese a ser evidente que ha sido la irresponsabilidad socialista quien ha llevado al país a una crisis hondísima, muy larga y de salida todavía incierta, el PSOE se dispone a echar la culpa de todo a quien siempre la tiene, a la derecha, y va a tratar de que el miedo, que en alguna ocasión del pasado le libró del descalabro, le sirva una vez más de salvaguarda para que sus electores, sobre todo, teman más a los supuestos desmanes de la derecha que a los evidentes destrozos que ha causado su gestión. En este punto todos se han unido con prontitud a Zapatero, porque saben que están en juego sus poltronas. Hasta Felipe González, distante, multimillonario y crítico feroz de tan inconsistente personaje, se ha unido al coro de los amedrentadores.
La situación de los socialistas es tan apurada que no dudarán en usar cualquier asunto como provisión para calentar la caldera. Émulos de los Hermanos Marx, pero sin gracia alguna, no dejan de gritar “Más madera” a ver si resucitan el miedo atávico a la derecha que ya parece ser la única munición fiable de que disponen en sus polvorines. Hasta el incomprensible apoyo a la legalización de Bildu se entiende en esta estrategia, tratar de mostrar que la derecha es absolutamente intransigente, implacable, enemiga de la paz. Pero es muy posible que los socialistas se equivoquen y que hasta sus más fieles les dejen de lado en esta huida a ninguna parte. Basta con haber visto el muy descriptible entusiasmo de los sindicalistas con las liturgias del primero de mayo para poner en duda que el personal esté dispuesto a endosar cualquier estrategia, y eso que las huestes manifestantes suelen reclutarse entre liberados y profesionales del ramo. Es posible, por tanto, que alcancemos a tener una medida indirecta del número de beneficiados de los diversos aparatos del PSOE al comprobar en qué se quedan sus votos el 22 de mayo porque cabe poner en cuarentena la idea de que pueda haber ciudadanos de a píe convencidos de los beneficios que pueda reportarles la continuidad de los amigos de Zapatero en la inminente jornada electoral.
Solo el otrora díscolo Tomás Gómez, y en plena imploración de perdón a las alturas, se atrevió a decir que quería hacer con Madrid lo que Zapatero había hecho con España, un slogan que Esperanza Aguirre sabrá emplear contra tipo tan poco avisado de lo que siente el personal. Los españoles sólo pueden tener un miedo razonable a la permanencia de los socialistas: está en su mano evitar que tenga éxito la estrategia de quien los toma por tontos.