Faltar al respeto debido a la ley es una de las características más frecuentemente subrayadas en la conducta de los españoles. España es, sin duda, un país de privilegios, un viejo país en el que, al tiempo que está vigente un igualitarismo cultural que a veces es chabacano, pero que suele ser llevadero, esa campechanía de la que han hecho gala, antes que nadie, nuestros reyes, funciona de manera muy general el principio de que la ley solo obliga si no hay otro remedio, que todo el que puede y es algo, se la pasa por salva sea la parte. Podríamos decir, pese a la paradoja, que en España el privilegio es lo normal.
Conforme a esa verdad de fondo, los acampados, a los que todo el mundo llama indignados como si solo ellos lo estuvieran, no han encontrado mejor manera de hacer notar su importancia, su poder, que saltarse la ley por su realísima gana. Tienen la buena disculpa de que creen ser una revolución en marcha, y nadie pediría a los revolucionarios que circulasen por la derecha, o que no formasen grupos. Lo malo es que también pretenden que su revolución sea pacífica, cosa que suele chocar con algún que otro principio lógico, lo que no creo que les inquiete gran cosa. Su gran momento fue cuando decidieron que las normas de la Junta Electoral no iban con ellos y desoyeron sus órdenes de desalojo. La policía de Alfredo actuó como prefiere, no haciendo nada, lo que no creo que haya sido el mayor de los errores de Rubalcaba, pero el caso es que las acampadas parecen haberse quedado escasas de pacifistas y comienzan a asomar los que dicen que el poder es un tigre de papel. ¿Será Rubalcaba capaz de contenerlos? De momento se han acercado al Congreso de los Diputados, y la policía ha hecho unos ejercicios de ensayo en Valencia. Estoy muy interesado en cómo vaya a evolucionar esto, porque me parece que, tras semanas de pluralismo y ambigüedad, los acampados empiezan a obedecer órdenes, y parecen pensar que el mundo se ha hecho para darles la razón, sin que nada fuera de eso tenga ningún sentido democrático, lo que constituye una idea muy pero muy española que ha cosechado éxitos enormes en las tierras vascas. Algunos se quejan de que estos acampados postreros no condenen los movimientos batasunos, pero ¿desde cuándo es razonable que nadie condene aquello que imita, aquello con lo que, en último término, coincide? Bildu ha tenido un gran éxito en el País Vasco, con ayuda de los ingenieros de Moncloa y de Ferraz, y ahora sus hermanos gemelos empiezan a hacerse cargo de tanta indignación en toda España, un movimiento que crecerá como la espuma el día que al PP se le ocurra ganar esas elecciones que no representan a a nadie, porque «lo llaman democracia y no lo es».