Según una noticia de El Mundo, este humilde macetero ante un hospital ateniense precisa de 45 jardineros para su mantenimiento. No hace falta que la noticia sea exacta, basta con que sea aproximada para comprender los errores y los horrores de la economía griega, de un modo de vida absolutamente insostenible, por más manifestaciones y protestas que se le eche al asunto. Al conocer el caso, he recordado lo que me contó un amigo directivo de Telefónica sobre el número de médicos que tenía en plantilla la compañía argentina que compró la española para instalarse en Buenos Aires: eran miles, lo que es enteramente surrealista, pero además, y como es lógico, se tardaba meses en conseguir un teléfono en Argentina. Imagino que ahora las cosas estarán mejor por allá, y no solo para Telefónica.
Muchas de las políticas sociales y de empleo de la izquierda, sea griega o peronista, consisten en un sueño, una pesadilla, en realidad, imposible y voluntarista, en la imaginación irresponsable de una sociedad universalmente subvencionada, una posibilidad tan absurda como la quimérica hazaña del Barón de Münchhausen que afirmaba haberse librado de perecer ahogado en un pantano tirando de sus pelos hacia arriba. La verdad, dura pero cierta, es que si nadie produce y vende cosas que gusten a los demás no habrá nada que repartir, y, además, el mundo entero es cada vez más competitivo, de manera que es irreal contar con que se vayan a poder mantener chollos como el de los jardineros griegos, que seguramente no iban nunca a trabajar.