Violencia política


El pacifismo del que estamos tan imbuidos nos impide apreciar una cierta incongruencia en nuestras actitudes respecto a la violencia. Por ejemplo, admitimos con cierta facilidad que los pacifistas puedan atacar a los guardias, o que puedan ocasionar determinados destrozos, como hacen con alguna frecuencia. Es absurdo admitirlo como normal, pero pro bono pacis así sucede. Naturalmente esa tolerancia un tanto fuera de lugar se amplia cuando lo que ocurre es que algunos protestan contra el sistema, como ahora se dice, es decir, contra los regimenes occidentales más o menos democráticos y contra las economías capitalistas y de mercado. La pasividad e inacción de los responsables de Interior frente a los excesos de los llamados indignados ha sido, en último término, un reflejo de esa tolerancia general que, al menos en España, se ve acompañada por una actitud frecuente de asentimiento y comprensión hacia todo tipo de faltas de respeto a la ley, porque, como es sabido, aquí la ley raramente se cumple por sí misma, sólo si conviene, o no hay otro remedio.
Viene esto a cuento de la violencia política que se está desarrollando en Grecia a propósito de los gravísimos problemas de su economía. Supongo que la explicación estará en que los que organizan los motines y los desórdenes públicos piensan que ellos no son culpables de nada de cuanto ocurre, además de porque se admite, sin mayor discusión, que los débiles tienen derecho a echar los pies por alto cuando se sienten amenazados. En realidad ninguna de las dos cosas son ciertas. Con las escasas excepciones a que haya lugar, la mayoría de los que protestan en las calles se han beneficiado durante mucho tiempo de ayudas e instituciones insostenibles y, por mucho que se quejen, las van a perder. Lo más grave puede acabar siendo que cuanto más violentamente se quejen, más pierdan, porque no hay ninguna manera de organizar una sociedad ordenada con las calles ardiendo.
Los supuestamente débiles no tienen demasiado derecho a quejarse por serlo, especialmente si no han hecho nada por dejar de ser dependientes del despiste o el descuido ajeno. Aquí tenemos el ejemplo bien palpable de que las protestas las suelen organizar liberados sindicales, una denominación realmente freudiana, que hace mucho que han perdido cualquier relación normal con el trabajo. Es de suponer que esta clase de elementos vaya a intentar organizar mucho ruido si efectivamente triunfa el PP y trata de rectificar algunas de las políticas manirrotas y absurdas con las que hay que acabar. 


Me gustaría  que la mayoría de los ciudadanos, la gente que quiere vivir honradamente de su trabajo y pagar unos impuestos razonables, sepa tener el suficiente valor como para resistir tranquilamente estos ataques de violencia política que no serán, en realidad, otra cosa que ejercicios de tironeo e intimidación, y que, si no se detienen a tiempo, pueden acabar en la aparición de una izquierda a lo Bildu. No  les faltarán candidatos a líderes de entre esos tipos exquisitos, bien nutridos de subvenciones, de dineros públicos y de bufandas financieras, esas pocas y selectas gentes que se sitúan más allá del bien y del mal. 
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