Nadie podía esperar de Zapatero otra cosa que una remodelación del Gobierno destinada a o molestar al único cesante, a simular un impulso en el que nadie cree, y menos que nadie los mercados que han saludado la noticia con un alza de nuestra prima de riesgo bastante importante. Es obvio que los mercados tratarán de apurar sus intereses hasta que se vea si un Gobierno realmente nuevo y surgido de las urnas hace lo que hay que hacer para detener esa sangría. Es penoso escuchar las excusas de Zapatero como si realmente tratase de conseguir que le creamos, cuando ya nadie le cree, cuando lo que dice no le importa ya ni a Rubalcaba.
Todo indica que estamos ante un adelanto electoral tan obvio como la negativa de Zapatero a reconocerlo. Si Zapatero tuviese la menor posibilidad de llegar hasta marzo habría intentado un refuerzo de mayor envergadura, y no esta mini crisis que no es ni eso. Este nuevo Gobierno no va a ser capaz de aprovechar ni siquiera esos escasos minutos de prórroga política que son, en realidad, lo único que le queda. Esta remodelación del Gobierno ha sido demasiado cosmética, y la tremenda crisis en la que nos encontramos necesita intervenciones de mayor enjundia que Zapatero no está en condiciones de abordar. Su tiempo está enteramente agotado, y los nombramientos y ajustes así lo certifican.
Aunque no haya conseguido imponer a Jáuregui, si es que de verdad lo intentaba, en la portavocía, Rubalcaba ha mantenido a su número dos en Interior, de manera que ese Ministerio, tocado en la línea de flotación por el escándalo policial y judicial del Bar Faisán, va a seguir la línea renqueante y oscura en la que se había instalado desde hace ya muchos meses. El hecho de que Camacho sea una persona avezada al manejo de eventos electorales muestra que no se ha considerado prudente buscar otro sustituto, dada la inminencia con la que el nuevo ministro habrá de asumir el control de los procesos electorales.
Rubalcaba ha impedido también cualquier mínimo gesto de compensación a su gran rival en el simulacro de primarias que le ha consagrado. Zapatero no tiene ya ni la autonomía necesaria para compensar, siquiera sea de manera simbólica, a su delfina quien, en el colmo de la astucia, pretendió hacerse pasar por la niña de Felipe.
Todo este mínimo revuelo muestra una vez más que Zapatero continúa instalado en ese limbo ilusorio en el que sueña que está haciendo grandes reformas, protagonizando hazañas portentosas que los simples mortales son incapaces de identificar. Su insistencia en que el Gobierno debe continuar por el bien de España produce vergüenza ajena.
Estamos ante un final de representación bastante cansino y previsible, muy escasamente estimulante, incluso para los humoristas. Hay que reconocer que se trata de una exequias de tercera para alguien que estuvo a punto, si se hace caso a sus voceros, de protagonizar un acontecimiento galáctico en la visita frustrada de Obama, para quien se ha convertido en el salvador del euro, como llegó a decir el nuevo portavoz del Gobierno, el otrora Pepiño, un personaje con cierta capacidad de adaptación y que parece haber aprendido a jugar con dos barajas sin hacerse demasiados líos.
Esta farsa tan estúpida pudiera acabar por salirnos realmente cara, dada la ausencia total de sentido de la responsabilidad en un gobernante tan endeble y huero. Tiene bemoles que nuestra esperanza tenga que estar en que Rubalcaba acabe por echar a Zapatero antes de que este sainete se convierta en un auténtico drama.
Cuando los jueces aciertan
Cuando los jueces aciertan