Un discurso más para vivir del cuento

La vieja sabiduría de los españoles da por cierto que es inevitable que un determinado número de personas se empeñen en vivir a costa de lo que trabajan los demás, a cuenta de nuestros sudores. Soportar a esa clase de granujas implica el pago de un canon asumible cuando no se exceden en el ejercicio de sus habilidades, pero se convierte en algo insoportable si se sobrepasan ciertos límites. Es lo que ocurre ahora mismo con la  incorregible tendencia de algunos políticos a la verborrea, a la solemnidad fuera de caso, a la conmemoración y el regodeo en la historia, en  lo desgraciados que hemos sido hasta que notemos contado con su benéfica presencia. Este tipo de vividores necesita justificarse y, como no puede apoyarse en lo que realmente hacen, andan siempre a la búsqueda de oportunidades para su lucimiento. A este género de ocasiones es al que hay que referir las palabras que dirigió a los Diputados el presidente del Congreso al finalizar una de las últimas sesiones. 
Aprovechando la proximidad del septuagésimo quinto aniversario del comienzo de la Guerra Civil, el Presidente del Congreso se ha sentido en la necesidad de perpetuar su memoria con unas palabras perfectamente prescindibles, y que no representan otra cosa que su personalísima manera de promover un discurso apartidista sobre la historia. Da grima, de cualquier modo, oír al pobre y decente Azaña en boca del riquísimo Bono.
La excusa de que resulta necesaria alguna conmemoración de la guerra civil es un recurso muy pobre, como lo muestra el hecho de que el propio Bono no haya sentido la necesidad de plantear de manera formal este asunto, y se haya limitado a forzar una especie de autorización de los grupos para que él pueda decir algo que supuestamente no moleste a nadie.
El Congreso de los Diputados ya realizó en 2002 una declaración institucional sobre esta cuestión, y cabría esperar que no se piense en renovarla cada año, como si se tratase de un rito. El Congreso de los Diputados hará bien en no excederse en sus celos historicistas pues son muchas las responsabilidades que ahora mismo le atosigan como para perder tiempo alanceando moros muertos. El buen sentido de los grupos lo ha sabido ver así, pero Bono no ha sido capaz de resistirse a unos minutos de efímera gloria pronunciándose de nuevo sobre un asunto que no está ni en la mente ni en el corazón de ningún español de a píe, que solo preocupa, en realidad, a aquellos que han sabido hacer de este asunto una buena percha de la que colgar subvenciones con la excusa de la Memoria histórica. Ha sido precisamente una de estas asociaciones tan escasamente desinteresadas quien se ha dirigido a la Cámara para pedir que no se pasase por alto el aniversario.
Izquierda Unida, ¿quién si no? había propuesto también una sarta de obviedades para recordar, como si hiciese falta, que nadie está legitimado para establecer regímenes totalitarios contrarios a la libertad y la dignidad de todos los ciudadanos, sin que nadie pueda explicar las razones de que Izquierda Unida no trata de promover esta clase de condenas allí donde podrían tener pleno sentido, en la Venezuela de Chaves o en la Cuba de los Castro.
Quizá se entiendan algo más estas triquiñuelas, si se ponen en relación con el intento de llevar a la Cámara a modificar la Ley de Amnistía vigente, y que tan buenos efectos ha tenido, para poder enjuiciar a quienes, según ellos, cometieron esta clase de crímenes en pleno franquismo. Bonita manera de entender la reconciliación y de seguir viviendo del cuento, en ausencia de beneficios más tangibles que los electores puedan llevarse a la boca.
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