Si, finalmente, el ministro de Fomento consiguiese convencernos de que está siendo objeto de una campaña de difamación, habría conseguido, además, que no se confirmase, en su caso, la pesimista sabiduría del refranero: “dime de que presumes, y te diré de qué careces”. Porque, de momento, lo que es absolutamente evidente es que Blanco, y el PSOE entero detrás de él, se están comportando en este asunto con una actitud diametralmente opuesta a la que emplearon en el caso Gürtel, muy en especial en su campaña contra Camps. Y esto es muy grave, sin duda alguna, porque demuestra que lo que les importa no es la justicia, sino el acoso al adversario, no es la corrupción, sino la desgracia del contrario, no es la equidad y la limpieza en el desempeño de los asuntos públicos, sino el tener a mano un arma agresiva para que no se perciba con entera nitidez su desnudez de buenas razones.
El ministro de Fomento podrá sentirse reconfortado por el hecho de que Rubalcaba crea en él, de manera desinteresada, por supuesto, ya que ha certificado ante los padres del ministro, la honradez de su hijo. Imaginamos el suspiro de alivio que han debido exhalar los atribulados padres de don José Blanco al ver cómo una persona de tan arraigado buen criterio y recto proceder, alguien que nunca se ha desdicho, les confirmaba los íntimos deseos de su corazón, pese a las horrorosas apariencias del caso.
Blanco, que se ha comportado en el caso Gürtel como alguien más allá de toda sospecha, como un adalid de la ética pública y de la transparencia, está ahora en un serio aprieto, porque, aunque se demostrare con toda evidencia su perfecta rectitud y honradez, nadie podrá negar su falta de tacto para escoger los lugares de reunión, ni, lo que es más importante, su doble moral, con un exigente rasero para juzgar a los demás y una enorme amplitud de manga cuando se trata de los asuntos propios. La Gaceta publicó recientemente un reportaje que recogía parte de las enormidades que el señor Blanco ha ido soltando a propósito de los enredos de la trama Gürtel; cualquiera con un mínimo de objetividad reconocerá que esos criterios resultan demoledores para la credibilidad del señor Blanco, para sus intentos de hacer como si nada pasase, para su intención de convertirse en acusador en lugar de responder adecuadamente a las imputaciones que se le atribuyen. Es posible que para los socialistas sea mucho más creíble un sastre que un empresario, pero seguro que no es esa la impresión que tienen los ciudadanos independientes y la opinión pública. El señor Blanco ha caído en una trampa para osos que él mismo ha ido preparando con enorme exigencia y dedicación, y no podrá salir de este asunto sacudiéndose el polvo de su traje ministerial, como si nada. La figura del cazador cazado es bastante ridícula, y así es como no hay otro remedio que ver al señor Blanco, porque no se trata de su derecho a la presunción de inocencia, que nadie le niega, aunque él pasó ampliamente de esa exigencia cuando le convino, sino de que, de momento, no se le ve con ánimos para salir con bien de la peripecia en que se ha visto metido. La tentación de convertir la acusación en un ataque al PSOE es de una pobreza intelectual lamentable, entre otras razones porque nadie necesita atacar a quien se ha desgraciado por completo gracias a sus habilidades políticas y a los éxitos de su gobierno. Va siendo hora que quienes tanto predican la igualdad la apliquen en los casos más obvios, aunque es evidente que el PSOE no ha tomado nota de la ironía de Orwell y sigue creyendo que es verdad aquello de que “unos somos más iguales otros”.