Me alegra la celeridad con la que el PP, haya sido quién haya sido, ha dado marcha atrás a la torpeza de nombrar al esposo de su número dos como consejero de una empresa bajo control del Gobierno. Estoy seguro de que la presión contra la idea ha sido fuerte y decisiva, y me alegro de que los políticos conserven un adarme de buen sentido. Ya es bastante absurdo que la señora secretaria general sea, a la vez, presidenta de una región, un problema que Rajoy debería haberse evitado, pero que se pudiera empezar a extender la sensación de que, en sus ratos libres, se dedica a promocionar a sus familiares, ha sido la gota que colma un vaso ya torpemente repleto.