Para los que no estamos en el secreto, todas las explicaciones sobre el «banco malo», «poner fuera del balance», «sanear los activos», et sic de caeteris, que escuchamos estos días a propósito de «reformar el sistema financiero» no dejan de ser verdaderos abracadabras; estoy seguro de que, para los que sí están en el ajo, también lo son, formas de engaño, de misericordia, no con los ajenos y/o las víctimas, sino con los responsables. La única disculpa es que, en esta ocasión, todos hemos sido un poco culpables del disparate colectivo de creer que se podían seguir vendiendo burras como si fueran ejemplares jerezanos y sin que el proceso fuera a tener fin. Pero más responsables que de eso, al fin y al cabo el pobre siempre sueña con que le toque el gordo y no se le puede culpar por ello, lo somos de mantener un sistema político tan débil, tan irresponsable, porque esa y no otra es la clave del cordero, una democracia a la que le faltan muchos herbores y en la que medran los sinvergüenzas y se premia a los ineptos, empezando por arriba.
De cajón
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